titulo de la web

El amor que nos cura

El amor que nos cura

Sólo se había atrevido a intentar la "aventura de la vida" porque unos cuantos años antes había recobrado la esperanza.

«La vía que sigue cada individuo en el curso de su desarrollo, y su grado de resiliencia frente a los acontecimientos estresantes de la vida, se hallan sólidamente determinados por la estructura de la vinculación que haya desarrollado en el transcurso de sus primeros años».

Resiliencia. Se trata de una capacidad para sobreponerse a las dificultades y de crecer en la duración de las mismas. Esta capacidad se presenta bajo la forma de un proceso de vida que se construye con otras personas del entorno. La resiliencia, o capacidad para minimizar los efectos negativos de la adversidad y maximizar los positivos, está determinada por múltiples factores. Resulta de una interacción entre factores protectores, tanto inherentes al individuo como externos, y los riesgos que se dan en la vida de las personas. Esa capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por situaciones de adversidad, que permite tolerar, manejar y aliviar las consecuencias psicológicas, conductuales y sociales, provenientes de experiencias traumáticas. El objetivo de la resiliencia no sólo es ayudar a enfrentar la adversidad, sino también beneficiarse de las experiencias vividas. La resiliencia es verdaderamente un proceso de crecimiento, una evolución positiva a través quizás de grandes dificultades, un crecimiento hacia una nueva etapa de vida.

En una entrevista titulada "El amor es más fuerte que una infancia infeliz”, realizada a Boris Cyrulnik ante la pregunta "¿Por qué dice que el amor por sí mismo permite la resiliencia, es decir, la recuperación después de un trauma?”, el profesional contesta: "Porque ningún niño puede desarrollarse sin amor. No es una metáfora. [...] Frenan su desarrollo biológico si no tienen a quien amar. Sufren atrofia del cerebro, se interrumpe la secreción hormonal y se enferman físicamente.[...] A pesar de que empezaron mal en la vida, en la adolescencia tienen una segunda oportunidad: enamorarse [...] mejora sus funciones vitales. Aunque el primer amor termine mal (lo cual es la norma), aprendieron a amar mejor.”

El autor, en su libro "El amor que nos cura”, nos cuenta cómo el amor  puede devolver a la vida a quienes están marcados por profundas heridas a causa de antiguas experiencias dolorosas, basándose en la capacidad autoterapéutica o resiliente de las personas frente al sufrimiento psíquico o moral. Aquellos que han padecido graves maltratos y humillaciones encuentran la posibilidad de redefinir el sentido del dolor por sus propios medios afectivos gracias al vínculo que supone el encuentro y el inicio de una relación interpersonal auténtica. El amor sería fundacional para reconstruirnos. La mirada y la posición del autor y el testimonio de las historias que nos cuenta nos llevan a la comprensión del papel de la figura del otro, demostrando que es posible superar vivencias traumáticas a través del establecimiento de una relación interpersonal auténtica que nos una con el mundo y con la vida, con los demás y con nosotros mismos, con nuestra historia y con lo real.

Por Boris CYRULNIK, neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo.

INTRODUCCIÓN

Dos casos de resiliencia. El caso de Rouland: El sentido que se atribuye a un acontecimiento puede convertirlo en un tutor de resiliencia. El caso de Olga: el extraño gusto por los aplazamientos. Cuando se sale del precipicio con las marcas del pasado. Buscar los significados ocultos permite elaborar un sentido.

Un auxilio inocente

Para parecer formal basta con callarse. Pero cuando se tienen 16 años, la más mínima charla es un apareamiento verbal y uno se muere de ganas de hablar. No recuerdo su nombre. Creo que respondía al apellido de «Rouland». No hablaba nunca, pero no se callaba de cualquier manera. Hay quien permanece en silencio para esconderse, quien baja la cabeza y esquiva las miradas para aislarse de los demás. Rouland me cautivaba porque corría con rapidez. Era importante para el equipo de rugby de infantiles del instituto Jacques-Decour. Me hice amigo suyo. En nuestras conversaciones yo era quien debía ocuparme de todo: de las preguntas, de las respuestas, de las iniciativas y de las decisiones relacionadas con el entrenamiento. Un día, tras un largo silencio, me dijo de pronto: «Mi madre te invita a merendar».

Cincuenta años más tarde, hace unos meses, recibo una llamada de teléfono: «Rouland al aparato. Estoy de paso cerca de tu casa, ¿quieres que nos veamos un par de minutos?». Quería decirte que tú cambiaste mi vida». Yo pensé: «¡Vaya!». Y él añadió: «Te agradezco que hicieras como que no comprendías que mi madre trabajaba en esa profesión». No se atrevió a pronunciar la palabra. «Era la primera vez que veía que alguien se mostraba atento con ella... Durante años reviví las imágenes de aquella escena, te volvía a ver haciéndote el ingenuo, con una amabilidad quizá algo excesiva; pero era la primera vez que alguien respetaba a mi madre. Ese día recuperé la esperanza. Quería decírtelo.»

A pesar de sus progresos, Rouland seguía siendo aburrido. No nos hemos vuelto a ver, pero este reencuentro me planteó una pregunta. En mi mundo, lo que me proponía era simplemente reclutarlo para el equipo de rugby como extremo de la línea de tres cuartos. No tenía ningún motivo para despreciar a aquella amable señora que vestía de forma extraña. Pero en su mundo, esta historia había provocado una feliz transformación. Rouland descubría que podía dejar de sentir vergüenza. Al verse observado por una tercera persona, el tormento que le causaba la profesión de su madre dejaba aflorar un apaciguamiento. El trabajo psicológico estaba aún por hacer, pero él empezaba a creer que podría realizarlo, porque acababa de comprender que es posible modificar un sentimiento. Mi mala comedia había puesto en escena un significado importante para él. Mi incómoda amabilidad le había dado un poco de esperanza.

El sentido que atribuíamos a un mismo escenario de comportamiento era diferente en nuestros respectivos casos. No era en el acto donde había que buscar la diferencia, sino en nuestras historias privadas: pequeña intriga para mí, conmoción afectiva para él. Cincuenta años más tarde, me enteraba asombrado de que había actuado como tutor de resiliencia para Rouland. Creyó en la luz porque estaba en la oscuridad. Yo, que vivía a plena luz, no había sabido ver nada. Yo percibía una realidad que para mí no tenía demasiado sentido: una señora me ofrecía demasiados bombones, se estaba calentito en su agradable piso, me preguntaba cómo lograba respirar con su faja, apretada para abombar sus senos. Prisionero del presente, yo me hallaba fascinado, mientras que Rouland, por su parte, vivía un instante fundacional.

El anuncio que se le hizo a Olga

Olga suspira: «Ayer, a las diez menos cuarto, una simple frase hizo que una angustia mortal me invadiera el alma: "Le será difícil volver a andar". Antes del accidente de automóvil, arrastraba mi vida en una sucesión de días grises y cursaba sin brío mis estudios, despertando de vez en cuando por el placer de un día de esquí o de una noche de música tecno. A las diez menos cuarto, una simple oración produjo el desgarro. Quedaba dicho. Al principio no sufrí, aletargada por el embotamiento. El tormento apareció más tarde, junto con la conciencia de no haber vivido lo suficiente.

Un relato sin palabras había sembrado la esperanza en el mundo de Rouland, mientras que una frase había quebrado la de Olga. Después de una frase semejante, ya no se vuelve a ser el de antes. Uno puede renacer un poco, pero se vive de otro modo, porque una angustia mortal nos invade el alma. Uno saborea las cosas como si fuese la primera vez, pero en realidad se trata de una ocasión distinta. Uno recupera el placer de la música, pero el placer es otro, más agudo, más intenso y más desesperado debido a que se ha estado a punto de perderlo.

Su trayectoria se quebró de golpe contra un muro, de noche, en una curva fallida. Cuando se es parapléjico a los 18 años, uno se queda como muerto. Pero sólo al principio; después la vida regresa, aunque sólo en parte, y con un sabor extraño. La representación del tiempo ya no es la misma. Antes, uno dejaba transcurrir los días, les sacaba partido, se aburría. Uno percibía un transcurso temporal que se dirigía lentamente hacia una muerte lejana, segura y, sin embargo, virtual. Desde el accidente que había hecho que una angustia mortal le invadiese el alma, Olga regresaba a la vida con la extraña sensación de vivir entre dos muertes. Una parte de su vida había muerto en ella. Otra esperaba la segunda muerte que habría de llegar más tarde. Quienes superan un trauma experimentan con frecuencia esta sensación de prórroga que confiere un sabor desesperado a la vida que se ha perdido, pero que agudiza el placer de vivir lo que aún sigue siendo posible.

Los que dan la impresión de haber sido heridos el día anterior tendrán escaras. Yo sostengo que la escara es algo más que un problema de piel. Es una necrosis. Es llevar una angustia mortal en el alma. Los que, sufriendo, aceptan su nuevo ser se las arreglan mejor para salir adelante. Hacen deporte, aunque antes no fueran deportistas, establecen vínculos, trabajan más.» Hoy, el parecer social está cambiando: se pide a la persona que utilice sus facultades para reeducarse en otra forma de vivir. Es el contexto afectivo y social el que propone a quien padece esta lesión unos cuantos tutores de resiliencia sobre los cuales tendrá que crecer. La historia de Olga permite situar la idea de resiliencia.

Amar a pesar de todo

Rouland había vivido mi representación amable como una revelación: resultaba posible no despreciar a su madre. Durante toda su infancia, él había amado a una mujer a la que todo el mundo rebajaba. Cuando su madre le sacó de la institución en la que había pasado sus primeros años, se sintió feliz de vivir en casa de esa señora animada y expresiva. Se aburría mucho porque ella dormía durante el día y salía a trabajar por la noche. «Es una especie de profesión artística», pensaba el chico. Los cuchicheos de sus compañeros de colegio, que se reventaban de risa, le hicieron descubrir rápidamente que esa profesión implicaba otras obligaciones. Rouland se volvió un chico triste, pero siguió siendo leal a su madre, cuya reputación defendía, a veces a puñetazos.

El desgarro traumático era cotidiano, silencioso y casi invisible: una mueca chusca dibujada en el rostro de sus compañeros, un murmullo que se detenía súbitamente cuando se acercaba Rouland. Estas cosas apenas dichas, casi no vistas, agobiaban al muchacho, emparedado vivo en un mundo de guasas. Para mí, la comedia que había representado ante su madre no era más que un vago recuerdo, mientras que en su interior constituía una referencia espléndida. Yo había trabado sin saberlo el primer nudo de su resiliencia. A partir de ese día, él recuperó la esperanza. Cuando conoció a su mujer aún estaba en fase de reparación y tuvo que vencerse para presentársela a su madre. La joven fue educada y tal vez algo más. Rouland deseaba que su madre y su novia no se viesen demasiado porque amaba a cada una de ellas de modo diferente. Después de unos cuantos años de entrenamiento afectivo, quedó sorprendido al constatar que ya no se sentía incómodo cuando se reunían las dos mujeres.

Sólo se había atrevido a intentar la aventura de la vida en pareja porque unos cuantos años antes había recobrado la esperanza, pero fue el estilo afectivo de su mujer lo que le adiestró en su nueva forma de amar. Ya no estaba emparedado con esa madre a la que amaba sin poder decirlo. Mi ceremoniosa representación había desatado la esperanza, pero fue su primer amor lo que le dio confianza y lo que metamorfoseó su sufrimiento mudo.

La concentración en las capacidades soterradas, la impugnación del parecer social y la articulación de los estilos afectivos constituyen el tema de este libro. Cuando se llega a la edad de emparejarse, uno se presenta tal como le gustaría ser, pero el compromiso se realiza con lo que se es, con el estilo afectivo que nos es propio y con nuestra historia pasada. Hablamos de amor porque es difícil construir una pareja sin profesarse afecto mutuo y sin que eso deje una huella en nuestros hijos.

La escara del cuerpo sirve de metáfora de la escara del alma que marca a quienes han padecido un trauma psíquico: «Auschwitz como una escara en mi propio origen...». El psiquismo ha sufrido una agonía por efecto del trauma. El mundo íntimo pulverizado, embotado, fue incapaz de dar forma a lo que percibían los deportados. Éstos, sacudidos por unas informaciones descabelladas, fueron incapaces de pensar, de situarse, de trabar relación con los demás y con su pasado. Sin embargo, la evolución de estas personas mutiladas por la existencia se vio sometida a una convergencia de presiones que fusionó la gravedad de la herida, su duración, la identidad que esas personas habían elaborado antes del desastre y el sentido que atribuían a su derrumbamiento.

El regreso a la vida se realiza en secreto, con el extraño placer que proporciona el sentimiento de vivir una prórroga. El trauma ha hecho añicos la personalidad anterior, y cuando nadie reúne los pedazos para frenar su dispersión, el sujeto queda muerto o no vuelve bien a la vida. Sin embargo, cuando se ve sostenido por la afectividad cotidiana de las personas que están cerca de él, y cuando el discurso cultural da sentido a su herida, consigue retomar un tipo de desarrollo distinto. «Todo traumatizado está obligado a asumir un cambio», de lo contrario permanece muerto.

No habrá más remedio que preguntarse por qué algunas personas se irritan ante esta posibilidad de regresar a la vida. Ya en 1946, René Spitz había estudiado el descalabro provocado por la carencia afectiva, el surgimiento de un marasmo que podía llegar al anaclitismo, esa pérdida de soporte afectivo que lleva al niño a abandonar la vida, a dejarse morir porque no tiene a nadie por quien vivir. En 1958, este psicoanalista estudió la posible reanudación de un desarrollo: «En la cura de la depresión anaclítica [...] se observa el fenómeno de una «re-fusión» parcial de las pulsiones; la actividad de estos niños se reanuda con rapidez, se vuelven alegres, festivos, vitales».

John Bowlby, presidente de la Sociedad británica de psicoanálisis, que también trabajaba en las carencias de cuidados maternales, se inspiró en la etología animal para impulsar los trabajos sobre la vinculación, unos trabajos en los que defendía la idea de que lo real moldea el mundo íntimo de los niños.  Y sostuvo que «la vía que sigue cada individuo en el curso de su desarrollo, y su grado de resiliencia frente a los acontecimientos estresantes de la vida, se hallan sólidamente determinados por la estructura de la vinculación que haya desarrollado en el transcurso de sus primeros años».

Los relatos que rodean al hombre magullado pueden repararle o agravarle

Freud pensaba que los gérmenes del sufrimiento surgido en la edad adulta habían sido sembrados durante la infancia. Hoy es preciso añadir que la forma en que el entorno familiar y cultural habla de la herida puede atenuar el sufrimiento o agravarlo, en función del relato con que ese entorno envuelva al hombre magullado.

Los niños soldado de Latinoamérica, de Africa o de Oriente Próximo tienen casi todos un trauma. Muchos niños soldado sueñan con convertirse en médicos «para curar», o en escritores «para contar». Pero el contexto social no siempre abre la posibilidad de recorrer ese largo camino. Los que consigan fundar una familia, convertirse en médicos o en periodistas nunca olvidarán el trauma. Antes al contrario, lo convertirán en el elemento que organiza su vocación. No conocerán la serena felicidad que les habría proporcionado una auténtica familia en una cultura de paz, tendrán una escara en el fondo de su ser, pero habrán conseguido regresar al mundo de los vivos, arrancar algunos momentos de felicidad y dar sentido a su calamidad a fin de volverla soportable.

Para poder tender la mano a un agonizante psíquico y ayudarle a volver a ocupar un lugar en el mundo de los humanos es indispensable realizar una labor de construcción de sentido. «La capacidad para traducir en palabras, en representaciones verbales susceptibles de ser compartidas, las imágenes y las emociones experimentadas, a fin de darles un sentido que pueda comunicarse», les vuelve a conferir humanidad. Ello representa un factor de resiliencia precioso, pues permite volver a tejer los primeros puntos del vínculo desgarrado.

Para no dejarse asesinar, hay que buscar en los significados ocultos las estructuras invisibles que permiten el funcionamiento de ese sistema absurdo y cruel. El hecho de hallarse fascinado por los verdugos acarrea en ocasiones una identificación con el agresor, pero la mayoría de las veces la atención que les concede la víctima hace que queden grabados unos recuerdos que, más tarde, permitirán la metamorfosis. Esos recuerdos procuran un espacio de libertad íntima: «Esto no pueden quitármelo, no pueden impedirme que lo comprenda y lo utilice a la menor ocasión». Esta construcción de sentido permite desarrollar un sentimiento de pertenencia y proteger las identidades, ya que las incorpora a un grupo que emplea las mismas palabras y las mismas imágenes, y que observa los ritos que tejen la solidaridad.

«Hoy sabemos que los que han padecido un trauma [...] obtienen un beneficio indudable al realizar una labor que les permite restablecer los vínculos [...], al proceder a una construcción de sentido a posteriori», pero el modo en que juzgan los acontecimientos guarda relación con la escara que sigue clavada en su historia.

No hay actividad más íntima que la de la labor de construcción de sentido. Lo que ha quedado impregnado por el trauma real alimenta sin cesar una serie de representaciones de recuerdos, unos recuerdos que constituyen nuestra identidad íntima. Este sentido persiste en nosotros y da forma temática a nuestra vida.

Fuente: B. CYRULNIK: El amor que nos cura (Extracto de la introducción)

siguiente...




Ver también la SECCIÓN: L'AMOR, L'ESTIMACIÓ...

Ver también la SECCIÓN: EDUCACIÓ FAMILIAR


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...