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El amor maternal

Ser madres, padres o figuras de apego central es una gran responsabilidad.

El amor es esencial para el desarrollo del cerebro en los primeros años de vida.

Las interacciones entre los bebés y sus progenitores tienen consecuencias importantes y duraderas.

La decisión de coger en brazos y consolar a un bebé que llora o ignorarlo puede parecer una elección personal de los progenitores, sin embargo, las consecuencias de una u otra acción influirán en el cerebro del bebé de una u otra manera. Una crianza amorosa no es solamente una decisión educativa sino que moldea las conexiones cerebrales del bebé predisponiéndole a un futuro desarrollo con empatía, autocontrol y conexión con los demás. La desinformación parental, o la falta de capacidad para cuidar a un bebé, pueden dar lugar al establecimiento de déficits crónicos en los hijos.

Sue Gerhardt en su obra “El amor maternal”, explica por qué el amor es esencial para el desarrollo del cerebro en los primeros años de vida, y también cómo las interacciones entre los bebés y sus progenitores tienen consecuencias importantes y duraderas. Describe cómo el afecto y la atención dada a un recién nacido hasta los dos o tres años, determina la formación de su cerebro.

  • El amor es clave. Sin amor no hay sujeto, hay sólo objeto. Y como el cerebro de los niños es inmaduro y son concretos, necesitan concretizar que son amados. Para eso, necesitan que estemos con ellos y se los demostremos: tocándolos, ofreciéndoles nuestro sonido del corazón, meciéndolos, cantándoles, leyéndoles cuentos, caminando junto a ellos, nombrándoles lo que van sintiendo.
  • El amor que recibimos de nuestra figura de apego central y de los demás es clave en el momento en que el cerebro se desarrolla, emocional, social e intelectualmente.
  • La desinformación parental, o la falta de capacidad para cuidar a un bebé, pueden dar lugar al establecimiento de déficits crónicos en los hijos.

Una crianza amorosa

Tenemos la idea de que los bebés no entienden nada, que no recordarán nada, que da igual donde duerman con tal de que duerman y que es lo mismo dar pecho que dar mamadera. También nos hemos adaptado a la idea de que los bebés de 3 ó 6 meses vayan a salas cuna durante 9 horas como un hecho natural, ya que los adultos que trabajamos lo hacemos para satisfacer las necesidades nuestras y del mercado, y asumimos que como el cerebro del niño o niña es tan inmaduro, no tendrá ningún impacto negativo.

Amor maternalNo debemos perder nunca de vista el que debe ser nuestro principal objetivo: “Amar a nuestros hijos y que ellos lo sientan así”. Amar a nuestros hijos desde lo que ellos sienten y necesitan a nivel afectivo. Amar a nuestros hijos, no es una cuestión de azar, algo con lo que uno tropieza si tiene suerte. Amar a nuestros hijos, igual que amar a otras personas o el amor en general, es un arte. Y todo arte necesita de intención, conocimiento y esfuerzo.

Para que un bebé o un niño se sientan amados necesitamos conocer cuáles son sus necesidades afectivas y satisfacerlas. Esto requiere por nuestra parte estar muy atentos a lo que nos muestran nuestros hijos, especialmente a través de sus expresiones y de su conducta. Cuando el bebé aún no habla su forma más directa de expresar sus necesidades es a través del llanto. Siempre que un bebé llora, expresa una necesidad –física o emocional- que hay que satisfacer sin dilación. Si estas necesidades emocionales que expresa el bebé no son satisfechas, algo se rompe en su interior. Se siente inseguro, desatendido.

Hemos de ser muy empáticos con nuestros hijos. Situarnos en su “piel”. Los bebés y niños, con su percepción emocional y subjetiva (interiorizada), todo lo procesan a través de lo que sienten. Todo lo convierten en sentimientos, en emociones. Por lo tanto, también todas sus conductas y actitudes son expresión de sus sentimientos y emociones. Al niño sus emociones le “estallan” en su interior. Aún no saben comprenderlas, controlarlas y gestionarlas. Es indispensable que madres y padres permitamos sus expresiones emocionales, las acompañemos y les mostremos cómo afrontarlas. No podemos ignorarlas, ni negativizarlas. Toda emoción tiene un significado, una intención. Las descargas emocionales permiten al niño expresar lo que siente, liberarse de las consecuencias de experiencias dolorosas, hacernos llegar sus necesidades. Expresar emociones es curativo. La represión de las emociones, el no acompañarlas o el no mostrarles cómo afrontarlas, es nocivo. Arrastra al niño a toda clase de procesos defensivos, de repeticiones dolorosas, de compulsiones y de síntomas físicos. Provoca en el niño incertidumbre; sentimientos de incomprensión, de separación; de no sentirse valorado; de ser “malo” y por lo tanto rechazado; en pocas palabras: no se siente amado. En lo más profundo de nuestro ser tenemos adherido, oculto, nuestro “patrón familiar”.

Las relaciones madre-hijo y su impacto

El amor incondicional que la madre manifiesta a su bebé tendrá un impacto directo en su desarrollo psicológico y social, pero sobre todo neuronal. Hay estudios que afirman que los bebés al nacer tienen desarrollado solo un 25 % del tamaño de su cerebro y el otro 75 % restante se desarrollará durante la primera infancia, que equivale a los dos o tres primeros años de vida. La madre influye directamente en ese 75 % restante porque se convierte en la figura de apego por excelencia, en el cuidador principal, en palabras más simples en el ser más importante para el bebé.

La neurociencia recoge cada vez más evidencias de que nuestro cerebro es un cerebro social y que nuestra mente se construye en interacción y conexión con otras mentes. Lo fundamental para explicar el desarrollo humano son los modelos relacionales que construimos en nuestra mente a partir de la experiencia de relación que establecemos con los cuidadores primarios a partir del establecimiento de un vínculo de apego.

La relación madre/hijo en los primeros años de vida sirven de patrón en nuestra forma de actuar, sentir y ser en nuestra vida adulta.

Las experiencias de los primeros años son de extrema importancia (somos bebés y no nos acordamos conscientemente, pero hemos vivido experiencias, sensaciones, imágenes… que han quedado grabadas en nuestra memoria y que nos influyen inconscientemente). Todo ello ha quedado grabado en nuestro cerebro y ha cincelado nuestra mente, proporcionándonos las primeras sensaciones y emociones físicas y psicológicas sobre cómo nos representamos a los demás y lo que esperamos de ellos: confianza, seguridad, confort, capacidad de tranquilizarnos… Esas experiencias de los primeros años vividas en relación con el cuidador primario configurarán en una gran parte nuestras reacciones adultas.

Es conveniente trabajar a fondo con las personas (las madres, los padres y todos los que tienen bebés a su cargo) para sensibilizarles e incluso entrenarles en aprender a ser cuidadores sensibles (interpretar adecuadamente los mensajes que el niño emite para que se atienda su necesidad), disponibles y coherentes. Trabajar para que el niño (la casa) tenga una estructura (cimientos) sólida que disminuiría la probabilidad de muchos trastornos, problemas, derrumbes, reacciones violentas, maltratos, hacerse daño… en la vida adulta.

La relación madre/hijo en los primeros años de vida (un mundo del que carecemos de recuerdos conscientes, pero del que conservamos recuerdos que sirven de patrón en nuestra forma de actuar, sentir y ser en nuestra vida adulta. La adecuada relación con la madre nos prepara para conocer nuestras emociones, regularlas y aprender a conocer las de los demás, esto es, hace de nuestro cerebro un cerebro preparado y diseñado para la socialización, si la relación ha sido de apego óptimo o seguro. Los bebés bien cuidados esperan del mundo que les rodea que sea receptivo a sus sentimientos

Cómo llegamos a ser quienes somos

Sue Gerhardt, psicoterapeuta de orientación psicodinámica, en su obra El amor maternal explica la importancia para el bebé del amor y cuidado maternos, sobre todo en los primeros años de vida. A partir de sus estudios nos muestra una nueva perspectiva de las relaciones madre-bebé y las repercusiones que la calidad de dichas relaciones pueden conllevar. Gracias al estado actual de las investigaciones podemos acceder a una explicación biológica de nuestra psicología, comportamiento social y regulación emocional, mediante la comprensión de lo que sucede en la infancia. La autora nos muestra cómo las primeras experiencias emocionales pueden alterar la química del cerebro, ya que la falta de una buena relación madre-bebé da lugar a que no se estimulen los circuitos cerebrales de manera adecuada pudiendo incluso condicionar, en los casos más graves, alteraciones en la anatomía cerebral. Nos habla también de las graves consecuencias del estrés que aparece cuando existen trastornos emocionales. Una crianza amorosa no es solamente una decisión educativa, sino que moldea las conexiones cerebrales del bebé predisponiéndole a un futuro desarrollo con empatía, autocontrol y conexión con los demás. En la obra explica por qué el amor es esencial para el desarrollo del cerebro en los primeros años, y cómo las interacciones tempranas pueden tener consecuencias duraderas para el futuro de la salud emocional y física.

Explica cómo el afecto y la atención dada a un recién nacido hasta los dos o tres años, determina la formación de su cerebro. Los diferentes circuitos bioquímicos en el cerebro superior comienzan a desarrollarse en la primera infancia. En ese período crucial todos los aspectos importantes en el desarrollo cerebral suceden. No se nace con ellos ni son automáticos, sino que dependerá de las experiencias que un bebé tenga con los adultos que estén a su cargo. Por este motivo, los bebés necesitan una atención personalizada, entender que hay dar mucho amor, tener contacto con él, no dejarlo llorar solo en la cuna, llevarlo en brazos... Esto no lo malcriará. Por el contrario, esta dependencia inicial durante una etapa trascendental de su vida, lo fortalecerá para que, en el momento evolutivo apropiado, sea un niño sano e independiente.

Sue Gerhardt manifiesta que, mientras más sabemos de neurociencia, más claro resulta que ciertos trastornos mentales y de la personalidad están muy relacionados con la primera infancia. Así que, debemos prestar más atención a la forma en que asumimos y entendemos la atención, el afecto y el cuidado que prodigamos a los niños y niñas, especialmente en este período de la vida.

Elaboración a partir de fuentes diversas

Ver también:

Experiències primerenques

Actitud dels pares i regulació emocional de l'infant

La Importancia del amor materno para el cerebro del bebé

EDUCACIÓ FAMILIAR


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