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Situación existencial y ansias de salvación en los albores de la era cristiana

Somos seres finitos sedientos de infinito... No sabemos muy claramente para qué vivimos, ignoramos nuestro origen y nuestro destino último; en nuestra vida cotidiana nos perdemos y afanamos por cosas que son siempre finitas, limitadas, secundarias, que no terminan de llenarnos. En el mudo antiguo se atravesaba también una profunda crisis existencial. Su concepción cósmica y antropológica y el posible destino humano tras la muerte hacía mella en sus conciencias. Los hombres, a diferencia de los dioses considerados como inmortales, eran los únicos que anticipan su desaparición y que se interrogan sobre lo que ocurrirá después. En el mundo helenista se había impuesto un sentimiento pesimista de desamparo y angustia frente al mundo. El anhelo de "salvación" en aquel mundo era evidente.

Para la Biblia, la vida humana no es tragedia como decían los griegos antiguos: no somos vivientes caídos, condenados a sufrir en un mundo de violencia inexorable; no es tampoco dolor, como repetía Buda: no estamos condenados a negar todo deseo. La vida es "don" de Dios y es "gracia" suya. La confianza en la fuerza que todo lo sostiene permite ver la vida positivamente. Éstos son algunos de los valores básicos de la vida, en línea judía y cristiana: Alegría, Amistad, Amor, Belleza, Colores, Comidas, Compasión, Deseo, Estética, Gozo, Gracia, Justicia, Misericordia, Música, Placer, Perdón, Prójimo.

La Biblia ha sido y sigue siendo para millones de creyentes, judíos y cristianos, el libro de religión por excelencia, el libro en el que se expresa la espiritualidad y la experiencia religiosa de su vida. La Biblia en su conjunto ha puesto de relieve el valor de la fidelidad en el despliegue de la misma vida, el valor de la fidelidad divina y humana. La Biblia es un libro de fe (de confianza en Dios), en el sentido radical de la palabra. En su raíz más honda, ofrece un testimonio de fe: una forma de vida que se funda en la fidelidad de Dios, que ofrece y mantiene su palabra, y en la fidelidad de los hombres que le responden. Ello nos ofrece una seguridad firme, enrraizada en esa fidelidad de Dios a su Palabra, que nos afianza en nuestra existencia.

La Biblia en su conjunto, tanto desde la perspectiva judía como desde la cristiana, ha puesto de relieve el valor de la fidelidad en el despliegue de la misma vida, el valor de la fidelidad divina y humana.

La fe puede tomarse como experiencia de confianza originaria en lo divino (en la Realidad).

Humus cultural en los albores de la era cristiana.

Las ideas sobre la estructura del universo, la concepción antropológica, la ética, la posible vida de ultratumba, el destino futuro del hombre, inmortalidad o no del alma, la justicia divina, la urgencia de la salvación y cómo conseguirla, etc. se hallaban extendidas difusamente entre la gente común y entre muchos círculos piadosos y esotéricos del Mediterráneo oriental antes de los albores de la era cristiana (ver aquí). Formaban una especie de atmósfera religiosa respirada por muchas personas pertenecientes a distintas religiones. Con el tiempo esas ideas, como muchas otras realidades, seguirían su curso e irían transformándose y cambiando y con ellas la concepción del mundo, la propia concepción del ser humano, su origen y estino.

Llegó un momento en que se consideró que los seres humanos están compuestos de tres partes: cuerpo o materia, alma o hálito vital, que otorga movimiento y sensaciones al cuerpo, y espíritu o parte superior. Es ésta propiamente la que es de origen divino, consustancial con la divinidad. En concordancia con la cosmología dominante en aquel tiempo la antropología más extendida pensaba que el alma del hombre procedía y era consustancial con el ámbito más extremo y puro del sol y de las estrellas fijas donde habitaba la divinidad. Y que los astros tenían una influencia (generalmente negativa) sobre los hombres. Gracias a diversos conocimientos de los mecanismos astrológicos, el ser humano podía proteger su alma y su cuerpo del maléfico influjo de los planetas y lograr que al final de la existencia, al menos su parte superior, llegara a la región del sol y de las estrellas fijas (salvación). La cosmología contribuía así a formar una doctrina del origen celeste del hombre y a fomentar el ansia de salvación, es decir, el deseo de volver al lugar más excelso de donde en esencia procede.  

El destino de los seres humanos tras la muerte y la posibilidad de salvación.

Los griegos llamaron a los hombres “los mortales”, por oposición a los dioses que no mueren. Entre todos los seres vivos destinados a perecer, los hombres son los únicos que tienen conciencia de que su fin llegará un día. Los únicos que anticipan su desaparición y que se interrogan sobre lo que ocurrirá después. A partir del siglo VI a.C. comenzó a difundirse en el mundo griego una doctrina sobre el destino de los seres humanos tras la muerte.  Anteriormente se pensaba que los espíritus o almas de todos los difuntos iban a parar a unos depósitos bajo la tierra donde seguían viviendo una vida de sombras, independientemente de sus acciones durante su permanencia en el mundo. Esta concepción era igualmente compartida por los semitas (el sheol del AT) como por los indoeuropeos, griegos ( Hades) o latinos (inferi). Más tarde, a medida que se iba abriendo camino la división del ser humano en dos partes distintas (alma,cuerpo) se llegó a la convicción de la existencia de premios y castigos para los humanos tras la muerte, según hubiera sido su comportamiento en esta vida, cristalizando estas ideas en la creencia en la inmortalidad del alma y la convicción de la existencia de lugares donde se premia o castiga a los humanos tras la muerte, al creer que no podían estar en el mismo lugar las zonas de castigo y las de bienaventuranza, por lo que estas últimas se pensaron en las límpidas alturas, más allá del mundo lunar, y las de castigo se imaginaron situadas en el lóbrego fondo de la tierra.

Por otra parte, para el hombre helenista el mundo era ante todo el cosmos. En la antigüedad tardía el cosmos se experimentaba en forma cada vez más negativa, cual si estuviera dominado por potencias anónimas (destino, astros, materia mala, caos, etc.); se había impuesto un sentimiento pesimista de desamparo y angustia frente al mundo. El oriente mediterráneo se hallaba inmerso en una profunda crisis existencial. Además el sentimiento religioso del mundo helenístico tardío se sentía inclinado, gracias a una labor de siglos de la filosofía, a abandonar la irracional multiplicidad de dioses ofrecida por el politeísmo oficial y concentrar sus anhelos religiosos en la adoración de un dios único, de quien creían de veras que dependía tanto el universo como el ser humano. Sin embargo, ese mismo hombre religioso se sentía como preso de un destino ciego e irracional, de un fatum férreo o destino representado para la mayoría en la tiranía inexorable de los astros o en el poder agobiante de múltiples demonios y espíritus diversos, o incluso de las malas tendencias agazapadas en el corazón humano. Para vencer el miedo cósmico y los sentimientos de amenaza se ofrecían algunas propuestas salvíficas como la ascensión gnóstica del alma desde la materia impura hasta el reino luminoso y celestail del espíritu, o la purificación ritual y ascética de los pitagóricos. Ante este ataque de múltiples fuerzas sobrenaturales, el alma religiosa se veía necesitada de la ayuda de otros poderes también sobrenaturales, pero amigos, que la protegieran y liberaran de los peligros. Como se ha indicado, en concordancia con la cosmología dominante en el mundo helenístico, la antropología más extendida pensaba que el alma del hombre procedía y era consustancial con el ámbito más extremo y puro del sol y de las estrellas fijas donde habitaba la divinidad. Gracias a diversos conocimientos de los mecanismos astrológicos, el ser humano podía proteger su alma y su cuerpo del maléfico influjo de los planetas y lograr que al final de la existencia, al menos su parte más noble llegara a la región del sol y de las estrellas fijas, ámbito de la divinidad. La cosmología contribuía así a formar una doctrina del origen celeste del hombre y a fomentar el ansia de salvación, es decir, el deseo de volver al lugar más excelso de donde en esencia procede. El anhelo de "salvación" de aquellos hombres helenistas era evidente. La salvación no es más que esa vuelta a la zona superior de donde procede.

Algunas corrientes de pensamiento como la gnosis y las religiones de misterios ofrecían la posibilidad de una tal liberación, de modo que, tras una vida más pacífica y absuelta de temores y terrores, el hombre que se había iniciado en esas religiones podía ser trasladado tras su muerte del ámbito del ciego Destino al reino celeste de la divinidad. La corriente gnóstica por ejemplo, cuya mayor influencia se alcanza en el S. II de nuestra era, consideraba que hay en la parte superior del ser humano, el espíritu, una centella o chispa divina, procedente de ese mundo superior, y que por un misterioso proceso ha caído a este mundo viéndose sometida al nacimiento, a la muerte y al destino y que su verdadera patria se halla en el cielo o zona superior. Esa centella divina debe ser despertada gracias a la llamada de un ser enviado por el Dios. Los gnósticos confiaban, pues, en la existencia de un salvador celestial/revelador cuya misión debía consistir en revelar/recordar al hombre la existencia en su interior de esa centella divina, ayudándole para que se reintegre finalmente a su origen. La fe consistía en creer en esa revelación del Salvador y en la vendad de su «llamada». En contraste con esta visión del mundo gnóstico, la cosmovisión y antropología de Filón de Alejandría (20 a. C. - 45 d. C. ) —cuya obra sería más tarde repudiada por los judíos, pero conservada por los cristianos, que la sentían muy cercana a sus ideas— : «El mundo visible tal cual es percibido por los sentidos no es sólo transitorio, sino que se halla caracterizado por predicados negativos. El alma, o espíritu, tiene su origen en el mundo divino. Mientras habita en el cuerpo, se ve presa entre las redes de la existencia terrena, de la que debe liberarse. La percepción verdadera de la esencia de lo real no es posible a través de los sentidos. Sólo el espíritu humano puede conocer a Dios y al Logos para lograr la liberación del mundo visible gracias a la sabiduría y al ejercicio de la virtud; sólo así vencerá el espíritu al cuerpo y será capaz de retornar a su patria, el mundo celestial. La liberación, pues, no puede nunca ser realizada por el hombre con sus solas propias fuerzas.

El concepto de «salvación» en Israel

No es fácil explicar cómo fue posible que Israel –a diferencia de los pueblos vecinos- no se interesara por una vida de ultratumba a lo largo de un milenio. La razón de esto fue la propia fe en Yahvé: esa fe excluía radicalmente la existencia de una vida más allá de las fronteras de la muerte. Yahvé estaba referido exclusivamente a la historia terrena (no a otro mundo más allá de este) y a los seres que viven aquí y ahora (no a los muertos ni al pasado). Por lo menos así lo entendió Israel. Mientras las ideas de ultratumba de los pueblos vecinos solían ir acompañadas de menosprecio de la vida histórica y terrena; Israel consideró esta vida terrena como un don y una misión de Yahvé el cuidarla y sostenerla.

La fe de Israel no era puramente terrena: estaba orientada hacia Yavhé. Pero dado que Yahvé, el Dios vivo y oculto, iba siempre delante de su pueblo, caminó con Yahvé y permaneció abierto al futuro, que trasciende las propias posibilidades humanas. Cuando Israel tras un sinuoso y doloroso aprendizaje con Yavhvé se formuló la pregunta de las relaciones de Yahvé con los muertos, y sobre una nueva vida de los difuntos, y se planteó la esperanza de la resurrección, lo hizo de un modo peculiar, no desde el anhelo de vida del ser humano y desde su sed de inmortalidad sino desde la propia fe en Yahvé (como deducción lógica de la fe y la confianza plenas puesta en Yahvé). La esperanza en la resurrección, que aparece en época tardía de Israel no deriva de una especulación sobre el sentido de la vida, sino una explicitación osada de la fe en Yahvé, de su poder ilimitado de creador y de su fidelidad inquebrantable.

Al expandirse por Israel el concepto griego de la inmortalidad del alma, y sus consecuencias de una posible vida de ultratumba y de una justicia divina plena y perfecta en el más allá, los piadosos judíos intuyeron con rapidez que estas ideas encajaban estupendamente con su ideario teológico, aún imperfecto, de la retribución por parte de Yahvé de los méritos de los justos. La salvación comprendía todo lo que puede desear el ser humano: liberación de todos los peligros, igualmente desempeñaba un papel importante en esta época la conciencia de culpa y la posibilidad de expiración.  Tal ideario complementaba, enriquecía y redondeaba su religión, deficiente en cuanto a las concepciones sobre el más allá.

La «salvación» como vida bendecida y plena: actuación benéfica de Dios y de Jesús

Para Israel no hay salvación al margen de la creación; más aún, la salvación es el logro de la creación y de la vida. De esa exigencia nunca se apartó Israel. La desgracia consiste en la falta de las indispensables condiciones de vida colectiva e individual (salud, subsistencia económica, tierra, descendencia, paz, libertad, derecho, acceso inviolado a Dios) en tanto que la salvación comprende la abundancia de esos bienes terrenos. ¡Se reciben como dones de Yahveh, que con ellos se vuelve personalmente a los hombres!

Yahveh. al que se le siente y experimenta como «el Dios vivo» era para Israel la «fuente de la vida» y, por ello, también la fuente de salvación. La vida «natural» es don suyo. Se le otorga al hombre para que siga la enseñanza de Yahveh y de testimonio de él en este mundo. La recompensa por ello no lo son unos bienes especiales de gracia, sino simplemente que el hombre continúe viviendo; la propia vida es gracia. Quien vive en comunión con Yahveh recibe el don de una vida gratificante y lograda, de la que ni siquiera la muerte es ruptura sino maduración sazonada.

Por lo demás, sólo en época tardía empezó Israel a distinguir claramente entre esa vida terrestre dichosa y la relación con Dios. Una y otra no coinciden sin más: la comunión con Dios es la auténtica dicha y salvación que ni la muerte puede destruir. Representa la total cercanía del hombre respecto a su ser más querido, al que concibe como fuente de su vida. La proximidad de Dios significa por tanto no sólo la preservación de la tribulación terrena y de la muerte, sino un permanecer hasta en la misma muerte. La esperanza de la salvación, se expresa como revelación total de Dios y plenitud de vida para los hombres. Conforme a la Biblia cristiana, la salvación está vinculada a la resurrección y parusía de Cristo.

Sin embargo, en relación con estas ideas el arameísta V. HAYA comenta de forma menos teologizada y más llana que lo que en general estamos traduciendo en las diversas Biblias por "salvar" en arameo significa "vida". La literalidad del arameo nos obliga a concretar que la "salvación" que promete Jesús al que escucha la Palabra de Dios es "Vida". La "salvación" que nos ofrece Jesús es vida verdadera, vida definitiva (una vida que no se basa en lo corruptible, sino en un valor superior, una vida que se recibe y que se da en gratuidad, una vida que convive fraternalmente con todos los pueblos de la tierra. Este estilo de convivencia fraternal es lo que Jesús llamó "Reinado de Dios"). Hay que entender esa «salvación», en sentido absoluto, abarcando todos los niveles de la persona, no solamente como salvación "espiritualizada" o metafísica. Y nos ofrece algunas otras de reflexiones en torno a ideas como «emuná», «salvación», «vida»: Jesús nunca habla de «fe», siempre habla de «firmeza», de confianza plena en Dios (si no tenéis «seguridad», si no tenéis «firmeza» en la vida -dice Jesús- no vais a sobrevivir, quien tenga «firmeza» y se purifique se salvará=vivirá) y quien no tenga «firmeza» quedará en deuda con uno mismo, con la vida, con los demás… porque no has tenido firmeza en la vida no has sido capaz de dar paz, de purificarte…). La palabra «salvación» no existe en arameo, la lengua de Jesús de Nazaret. Existe la palabra «vida», quien tenga «firmeza» en la vida se salvará=vivirá... (la «firmeza» es lo que te hace sentir seguro, bien afianzado/enraizado en la existencia, lo que te afianza en la vida, lo que te asienta de forma firme en la realidad, te apuntala de forma firme en la existencia). Y a propósito de ideas como «Curación», «salvación», «sanación»… V. Haya comenta que la palabra hayye (vidas) se puede traducir por "salvar" para la otra vida, "vivir" para este mundo y "sanar, curar" para cuando se le está dando salud al cuerpo y se pregunta: ¿y si la «salvación» de la que habla Jesús es la «sanación» del ser humano… y si la «salvación» es la «sanación» y por eso «salvación» en arameo se dice «vida»... y si la «salvación» no consiste tanto en «creer» en cosas, en creer en algo, en ideas, conceptos, dogmas sino en «estar sano» en esta vida, en «ser sano» (ser, mantenerte auténtico) para los demás y en ayudar a «sanar» a los demás...?

Una fe/confianza que cura, sana, vivifica, da vida, salva. Ese anhelo de salvación/sanación, real, tangible, concreta, que se expresaba en forma de una vida terrena digna y plena, (recordemos que la salvación se entendía como la abundancia de esos bienes terrenos) en tiempos de Jesús de Nazaret se concretaba en la lucha definitiva contra las fuerzas opresoras del mal. Según la mentalidad de la época, se estaba librando una guerra contra la dominación del mal que aquejaba al ser humano (que se presentaba en forma de enfermedad, defectos físicos, cojos, ciegos, sordos, mudos, inválidos, mancos, paralíticos, leprosos, endemoniados, posesos, desvalidos, etc.), un mal producido por la influencia de fuerzas diabólicas sobre el ser humano. Una guerra que los diversos grupos judíos entendían que tendría que librarse de diversas formas (apocalíptica, militar, etc…). Jesús, sin embargo, interpretó esta lucha contra el mal y la vivió como batalla contra lo que excluye a los seres humanos. Jesús libro esa batalla con "autoridad" y "poder": Jesús fue portador de “poderes” que emanaban de su misma persona y se expresaban en su lucha contra el Diablo, que contamina a los hombres con su impureza y perversión. Se hizo famoso y atrajo a sus seguidores como hacedor de “milagros”, especialmente como exorcista y sanador. Esta habría sido su “autoridad”, su fuente de "poder" ("Si yo expulso a los demonios con el Espíritu (Lc: Dedo) de Dios es que el reino/reinado de Dios ha llegado a vosotros").

La haylá' de Jesús. En relación con la poderosa fuerza curativa de Jesús en algunos pasajes se le atribuye haylá' (fuerza, potencia, milagro, capacidad, talento). Veamos el contenido de ese término y su atribución a Jesús. En las lenguas semíticas este concepto de haylá' es complejo. Cuando no se especifica nada, el haylá' es Dios mismo. En Mt 26,64 se nos dice que Jesús estará sentado a la derecha del haylá' y se entiende que es a la derecha de Dios (Mt 26,64). Tanto en la Peshitta como en el Tanaj, se menciona esta misma realidad del haylá' para aludir al poder, la fuerza o la capacidad de muchas otras criaturas, e incluso a ellas mismas. Haylá' se usa indiscriminadamente para referirse a la capacidad de seducción de Satán y para describir el poder del Espíritu (Lc 4,14) [«Y retornó Jesús, con el haylá' del Espíritu (behaylá' dérühá), a Galilea»]. Haylá' se usa en los evangelios arameos tanto para una fuerza que habita en lo humano, como para lo infrahumano o lo divino, tanto para un poder espiritual como para uno natural. El haylá' del ser humano son esas capacidades que nos han sido dadas: nuestros talentos (Mt 25,15). Haylá' en la Peshitta se utiliza como sinónimo de «prodigio, milagro». Jesús es capaz de transmitir a otros su haylá', esa fuerza divina que le permite hacer milagros (Lc 9,1): «Después de convocar a los doce, les dio haylá' y poder (shültáná') sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades». Es importante esta última frase: este poder divino que ejercemos las criaturas culmina en la curación de los seres humanos. El poder que tenía y contagiaba Jesús era para curar: «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él un haylá' que sanaba a todos» (Lc 6,19), una fuerza que curaba a todos. Era un don divino que tenía Jesús y emanaba de él hacia los que se le acercaban: «Y el haylá' del Señor (Dios) estaba con él (Jesús) para sanarlos» (Lc 5,17). Esa fuerza que tenía Jesús no era para enseñorearse de nada ni para ostentar poder, sino para sanar, para servir a los que sufren. Ese haylá' que debe revestir a los discípulos es para que se lancen a los caminos a sanar a los enfermos, enfermos del alma y del cuerpo.( V. Haya)

Desde antiguo los hombres han temblado y sucumbido ante “poderes” de impureza, enfermedad y muerte y para controlarlos han acudido a los especialistas sagrados, los magos. Uno de ellos fue Jesús: se sintió enviado por Dios que es dinamismo sanador. Jesús con su actuación a favor de los excluidos había roto las barreras sanitarias y legales que la tradición judía colocaba entre puros e impuros. Ofreciendo palabra y solidaridad a los proscritos del sistema. Y debido a ello le acusaron de minar la estabilidad israelita, pervirtiendo a los incautos y sencillos de su pueblo, apartándoles del Dios de la santidad nacional oficial. Como consecuencia, Jesús habría sido un hechicero seductor, digno de muerte. Muchos admitían por entonces la existencia de demonios y pensaban que los hechiceros podían controlarlos y expulsarlos, pero desde las instancias oficiales añadían que la forma principal de combatirlos era la Ley y la liturgia oficial del Templo. Jesús, en cambio, rompió ese esquema sacral: vinculó al diablo con aquello que destruye al ser humano, interesándose por los enfermos y excluidos del sistema como tales. Inició un proceso de superación de lo diabólico ayudando a endemoniados y enfermos. Fue exorcista de fama, pero la oligarquía de Jerusalén controladora del sistema oficial, le tomó como mago peligroso para el sistema por ellos establecido y lo rechazó. Ciertamente había magos fuera y dentro de Israel, pero Jesús fue especial, pues vinculaba de manera consecuente, posesión diabólica y destrucción (enfermedad) humana, llegada del reino/reinado de Dios y curaciones. Sus contemporáneos podían entender su acción taumatúrgica de dos maneras: como mago satánico o como ungido de Dios. Jesús no ha sido un mago más en general, ni un funcionario del templo, sino un judío fiel que cree en la libertad sanadora de Dios, actuando de manera consecuente entre los más oprimidos de su entorno, los endemoniados. Los sacerdotes luchaban contra el Diablo manteniendo la liturgia de su Templo, los escribas por la Ley. Jesús, en cambio, creía que los endemoniados y expulsados de la sacralidad israelita valían más que Templo y Ley. Sus exorcismos son una expresión de la “autoridad/poder” de Jesús en contra de la opresión de Satanás que se manifestaba en enfermos y posesos, de esa forma combate (cura, sana, salva) contra los poderes satánicos que impiden vivir en libertad a los posesos. Jesús eleva su autoridad sanadora por encima de sacerdotes y escribas. El judaísmo sacerdotal y legal defendía el buen orden, expulsando o marginando a leprosos y hemorroisas, locos (endemoniados) e impedidos (cojos, mancos, ciegos...). Jesús, en cambio, les ponía por encima de la ley nacional de sacerdotes y escribas. No se limitaba a limpiar externamente a unos enfermos, sino que les tomaba como centro y sentido del Reino/reinado de Dios. Los escribas acentúan la sacralidad del pueblo, reunido por Ley y ceremonias nacionales. Jesús valora a los enfermos, posesos y demás excluidos, integrándolos en su movimiento. Estaba en juego la forma de luchar contra Satán y edificar la nueva comunidad humana. (X. PIKAZA: La novedad de Jesús)

'Emünáh: La fe bíblica. Fidelidad de Dios. Fe del hombre.

La actitud original del hombre bíblico es la fe,emuná, fiarse de la realidad (de su fundamento divino), y dejarse sorprender y enriquecer por ella, en un camino dialogal, responsable. La Biblia en su conjunto ha puesto de relieve el valor de la fidelidad en el despliegue de la misma vida, el valor de la fidelidad divina y la fidelidad humana. La Biblia es un libro de fe, en el sentido radical de la palabra. En su raíz más honda, ofrece un testimonio de fe: una forma de vida que se funda en la fidelidad de Dios, que ofrece y mantiene su palabra, y en la fidelidad de los hombres que le responden. La fe humana es un gesto de confianza básica en la Realidad (en el Dios que es la Realidad y la guía). La fe israelita es confianza personal en Dios. La fe supone la confianza en la vida, en la Realidad, (en el Dios creador).

Sólo en fe se entiende el despliegue de la Biblia judía, que es el testimonio de un pueblo de creyentes, que confían en la presencia de un Dios que es Fiel (digno de fe) y responden de un modo creyente, con la verdad más honda, que es la verdad de la fe (es decir, la emuná). Los judíos creen en el Dios de Israel, desde su propia tradición israelita, de manera que su fe es inseparable de la historia y experiencia como pueblo creyente.

La fe del israelita es consecuencia de la fidelidad de Dios. Acepta al Dios que se revela por la Ley: asume su Palabra y se vincula como pueblo a partir de la emuná o firmeza de Dios hecha principio de verdad.

¿Qué es 'emünáh ?

Emuná

La fe (emunah), palabra hebrea utilizada en las escrituras, es algo seguro, establecido, fiel, algo o alguien en lo que podemos confiar y creer que son verdad. Emuná proviene del verbo amán (אָמַן): amán significa creer. Generalmente, es traducida como “fe”. Esta palabra está asociada con la creencia y la esperanza. Emuná significa: fe, confianza, fidelidad, creencia… La emuná es una convicción innata, una percepción de la verdad que trasciende la razón. Emuná también se relaciona con verdad. En hebreo, verdad es emuná o fidelidad. Verdadero es lo firme, aquello que ofrece garantía y da confianza. A este contexto lingüístico pertenecen 'emünáh y 'emet, que los LXX traducen en general como [pistis] y aletheia. Ambos términos aparecen en el AT: 'emünáh 53 veces, 'emet 128 veces.

'Emünáh expresa originariamente lo firme, lo que se mantiene. De ordinario 'emünáh designa no un objeto, sino la situación permanente del hombre o de Dios respecto a otras personas. En el terreno de la relación interhumana 'emünáh significa fidelidad, confianza, lealtad. Cuando en una frase 'emünáh forma pareja con «justicia», entonces designa la conducta que se ajusta a derecho, la rectitud o sinceridad. En la Biblia hebrea la fe (emuná) se identifica con la fidelidad es decir, con firmeza y también con la verdad, entendida como fiabilidad y misericordia. Básicamente, la fe (fidelidad) pertenece a Dios, que es el fiel por excelencia, pues «guarda el pacto y la misericordia para con los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones». A Dios le definimos por tanto como el Gran Creyente, aquel que ha confiado y sigue confiando en los hombres, sus “hijos”, el gran fiel a sus promesas (que cumple aquello que ha prometido), el fiel por excelencia.

La emuná, nuestra fe, así como también la verdad, es un soporte. Un soporte en donde nos apoyamos. Una cosa que sostiene a otra. Una persona fiel (que tiene fe) en hebreo es ne’emán; una persona que tiene una base de apoyo firme, por ejemplo, la relación con una madre, em (אֵם). Una madre es la que sostiene y sustenta al bebé. Una persona fiel es una persona firme, como una roca segura en la que uno puede apoyarse. La fe requiere de sustento, y requiere también de acción. La fe (emunah) es algo seguro, establecido, firme, fiel, algo o alguien en lo que podemos confiar y creer verdaderamente. Es confiar en algo seguro y establecido, algo o alguien en quien puedes confiar y creer.

En el ámbito lingüístico hebreo, el verbo 'aman, en nifal (forma verbal que generalmente expresa la voz pasiva o reflexiva), significa ser leal, fiel. Puede aplicarse a los hombres, pero también a Dios mismo, que guarda su alianza y su gracia a los que le aman (Dt 7, 9). Se le da especial relevancia al hecho de que la palabra de Dios o del hombre acredite su autenticidad y adquiera validez, al estar de acuerdo con la acción que se sigue. En algunos pasajes el nifal adquiere el sentido de ser fiel a..., ser de la confianza de… sentirse seguro, dejarse en manos de... Yahvé es el fundamento de esa seguridad. Así, pues, el nifal de 'aman (ser leal, fiel) expresa una realidad inalterable con la que pueden y deben contar las generaciones venideras, a pesar de todas las vicisitudes históricas. A veces se alude a la piedra angular como el gran apoyo, el gran soporte: «Quien en ella se apoya no vacila». Sólo el que cree puede estar seguro de la protección divina en la catástrofe que ha de venir. El profeta mismo es un ejemplo de la confianza que da la fe. La fe que ha sido devuelta al pueblo es un camino que conduce a la salvación de la catástrofe en un futuro situado más allá de la desgracia. La subsistencia del pueblo se funda únicamente en la confianza firme en el Eterno.

Fe de Dios

Cuando se habla de la 'emünáh de Yahvé, se designa con ello su lealtad a la alianza, que se manifiesta en su actividad salvadora y justificante en la historia. Es sobre todo en los salmos donde se yuxtaponen con más frecuencia la fidelidad de Yahvé, su bondad (hesed) y su justicia (s'dáqáh). Yahvé busca en su pueblo la auténtica fidelidad. El hombre «es llamado a cooperar responsablemente, a unirse a la vida de Dios, dicho a la manera hebrea: a "andar el camino de Dios", y, con ello, a adoptar y realizar la verdad divina como propia». Esta fidelidad a la alianza se apoya en su palabra: «Pues la palabra de Yahvé es verdadera, y todo su obrar es fiel». «La 'emünáh de Dios es, por tanto, la decisión y firmeza con la que el Dios de Israel mantiene su palabra y hace que se cumpla lo anunciado por él en la historia». Esta lealtad pertenece de tal manera al ser de Yahvé que en el himno de Moisés (Dt 32, 4) se le puede llamar, sin más, «Dios de la fidelidad» ('el 'emünáh).

Fe en Dios

La Fe en Dios expresa la confianza en la fidelidad de Dios, en que Dios será fiel y cumplirá lo prometido, realizando sus promesas. Dios nos ofrece la máxima confianza; por eso nos sentimos seguros en su presencia. Dios es Presencia, Fidelidad, el Amén en quien podemos verdaderamente confiar. Confiamos en un Dios que es Fiel (digno de fe, digno de crédito) y como respuesta  a su “crédito divino”. La fe bíblica es confianza originaria en la realidad y, de un modo especial, en el despliegue de la historia, entendida como presencia de Dios.

La fe del hombre

La fe del hombre es consecuencia de la fidelidad de Dios. Sólo en fe se entiende el despliegue de la Biblia judía, testimonio de un pueblo de creyentes, que se hacen testigos del Dios fiel, del Dios creyente (digno de fe y de confianza, porque ha demostrado su fidelidad para con su pueblo), y responden de un modo agradecido con la verdad más honda de su emuná, (la emuná, expresa la fe, la confianza básica del israelita en el fondo último de la Realidad), el “amen” a todo lo que existe. No se trata de creer en cosas, la fe (no consiste tanto en creer en cosas, en dogmas) sino en fiarse de Dios, en ponerse en sus manos. Entendida así, la fe constituye la actitud básica del israelita. Ella puede identificarse con el amor del que habla el shema (Dt 6, 5: «amarás al Señor, tu Dios…»); aparece como experiencia básica de confianza, en medio de la crisis constante de la vida.  La fe no es algo que adviene en un segundo momento, sino la misma unión con Dios a quien se entiende no sólo como firme, sino fiable y también misericordioso.

Esta fe está intrínsecamente ligada a la Palabra de Dios, es decir la Torá (Instrucciones) del Señor donde están sus mandamientos y estatutos que son el camino seguro por los cuales el ser humano que ha depositado su confianza en el Dios del Universo, debe caminar. Por eso cuando decimos Amén, estamos confirmando la verdad de lo que se ha dicho. En conclusión, podemos decir que la Ley de Dios es la que nos da vida si caminamos en ella. Su Palabra es verdad, firme, segura, palabra fiel y fidedigna, en la que podemos confiar si nos sujetamos a ella. La fe de Abrahán como disposición para recibir la gran promesa: él se ha afianzado, ha depositado su confianza en la palabra de Dios, en la palabra dada por parte de Dios. La comunión con Dios lleva consigo una exigencia que el hombre cumple cuando confía.

Fe, fidelidad, justicia. Por ir unida a la fidelidad, la fe continúa siendo siempre el signo distintivo más importante de la justicia. Al «justo» se le promete la vida por su fidelidad. Fidelidad» y «fe» van aquí estrechamente unidas ('emünáh): se alude a la confianza inquebrantable en la palabra de Dios contra toda apariencia contraria. Podríamos decir que los términos he 'emin y 'emünáh describen en el AT un acto vital de confianza, pero también de inserción de la existencia humana en una situación histórica.

Se afirma que «el justo vivirá por la fe». Justo es aquí el tzadik, el hombre que responde a la llamada de Dios; la vida del justo se identifica con la ‘emuná, la fidelidad de Dios. La verdadera justicia israelita, se expresa en forma de confianza en Dios. La tradición israelita ha definido al justo (hombre auténtico) como aquel que «vive de la fe» en el Dios que guía la historia personal de los hombres, en libertad y solidaridad mutua. Ciertamente, la tradición israelita ha definido al justo como aquel que «vive de la fe». Podemos decir, en resumen, que Dios es verdadero porque es fiel, porque mantiene su palabra y los hombres (en especial los israelitas) pueden fiarse de él. En su forma radical, la vida de los creyentes (y en algún sentido de todos los hombres) es confianza, es confianza en Dios, es vida de fe en Dios.

La fe del hombre es consecuencia de la fidelidad de Dios. Acepta al Dios que se revela por la Ley: asume su Palabra y se vincula como pueblo a partir de la emuná o firmeza de Dios hecha principio de verdad. Sólo por fe en Dios (la realidad) y por confianza mutua podremos existir sobre la tierra. La intensa «esperanza en Yahvé y en la fiabilidad de su Palabra», se fundamente la esperanza del creyente en el futuro, incluso en su benevolencia y misericordia más allá de la muerte. Así entendida, la fe no es algo que adviene en un segundo momento, sino la misma unión con Dios a quien se entiende no sólo como firme, sino fiable y también misericordioso. Esta es la aportación básica de la Biblia Judía, no sólo a la historia de occidente, sino al conjunto de la humanidad.

Elaboración a partir de materiales diversos ( A. PIÑERO, H. KESSLER, X. PIKAZA, V. HAYA...)

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Ver también:

Ambiente filosófico-religioso en el mundo helenístico precristiano

Creer, fiarse, confiar: Una experiencia fundante humana, espiritual, cósmica


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