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La espiritualidad actual, analizada desde la neurociencia antropológica (I)

La capacidad de trascender, típicamente humana, es la que posibilita al individuo elevar su nivel de consciencia, el descubrimiento de sus anhelos profundos, de sus deseos esenciales.

Desde la formulación por Darwin de que el motor del cambio evolutivo es la selección natural hasta la biología de nuestros días, la explicación científica de la naturaleza humana ha ido ganando terreno a la incertidumbre sobre la misma, particularmente la noción de que pensábamos que carecíamos de ella. El problema de la naturaleza humana no es otro que el de nuestra biología animal y la evolución particular que hemos sufrido hasta dar con caracteres propios de nuestro linaje (A. Moya). El ser humano, además de ser capaz de sobrevivir, adaptarse, comunicarse, sentir, también es capaz de trascender. De las diversas dimensiones humanas, la que despierta mayor interés por la diferenciación que supone para el ser humano es esa capacidad de trascender, de ir más allá de nosotros mismos. Esa capacidad de trascender es la dimensión más específicamente propia del ser humano. Esta dimensión nos hace diferentes a las demás especies.

Esa capacidad de trascender, típicamente humana, es la que posibilita al individuo elevar su nivel de consciencia, el descubrimiento de sus anhelos profundos, de sus deseos esenciales, y desplegar experiencias singulares de la Vida como la ética, la estética y la espiritualidad. Como resultado de esa dimensión trascendente de la persona, el ser humano es capaz de transformarse, de mejorar, cambiar, rehacerse, convertirse. Sus beneficios son la sensación de bienestar, de paz interior, de gozo personal en quien se ejercita en ella. Desde una perspectiva biológica nuestra tarea fundamental es asegurar nuestra supervivencia, y sin embargo, la trascendencia se da en espacios neurológicos que sobrepasan las funciones dedicadas a la estricta supervivencia. Se trata de un espacio lujoso que no necesitaríamos estrictamente para sobrevivir. El ser humano no ha buscado expresamente, estas capacidades; se las ha encontrado, evolutivamente hablando. Ha descubierto poco a poco, evolutivamente, que uno puede sentirse a sí mismo, de manera reflexiva, empáticamente incluso; ha descubierto su capacidad para admirar y admirarse (experiencias humanas en evolución que suponen procesos de progresiva humanización). Entre las diferentes trascendencias (estéticas, las éticas y las religiosas...) la espiritualidad se convierte en una competencia neurológica de excelencia en el ser humano y está en relación con los deseos y anhelos profundos de una vida plena, satisfactoria y justa. La espiritualidad es un fino logro, en primera instancia de la evolución biológica y más tarde de la cultural, pues proporciona paz y nos aleja del desasosiego. La espiritualidad está constituida por aquellos sentimientos subjetivos, pensamientos, experiencias y comportamientos que emanan de la búsqueda de lo sagrado. Trascender ha hecho posible también llegar a penetrar en la Realidad última, llegar a Dios, entrar en relación con lo trascendente, acercarse a lo que denominamos Dios. La espiritualidad permite encontrar respuestas a los anhelos más profundos del ser humano. Es la experiencia de llegar a sentirse uno con todo, unirse con esa otra realidad que nos trasciende. Sentir unicidad, trascender el propio yo aislado, para formar parte de un todo armonioso, alcanzar la convicción de que existe un significado para el cosmos y para nosotros, incardinados en él: ¿quién no ha experimentado con grado diverso ese particular sentimiento?

En el mundo occidental actual existe la tendencia ampliamente extendida de valorar el interés por lo espiritual, diferenciándolo claramente del interés religioso. Este movimiento se consolida con éxito en nuestras áreas culturales, y muestra de ello pueden ser las innumerables ofertas orientadas a personas interesadas, en variadas corrientes de espiritualidad no religiosa, provenientes en su mayoría del mundo oriental. Algunas reflexiones, inspiradas en la neurociencia antropológica, pueden iluminar el fenómeno de la relación entre neurociencias, espiritualidades, psicologías y religiones.

Por Ramón M. NOGUÉS (*)

La tendencia actual, ampliamente extendida en el mundo occidental, a valorar el interés por lo espiritual diferenciándolo claramente del interés religioso. Este movimiento se consolida con éxito en nuestras áreas culturales, y muestra de ello pueden ser las innumerables ofertas orientadas a introducir a las personas interesadas, en variadas corrientes de espiritualidad no religiosa provenientes en su mayoría del mundo oriental. Algunas reflexiones, inspiradas en la neurociencia antropológica, pueden iluminar el fenómeno de la relación entre neurociencias, espiritualidades, psicologías y religiones.

El mundo interior

Con la aparición de las especies humanas, se da en el mundo animal una manifestación espectacular de lo que llamamos mundo interior. Algunos comentan que, con los humanos, hemos pasado de los humanos de las cavernas a las cavernas de los humanos. Quizás el mundo interior pueda denominarse caverna en la medida en que su complejidad y sus múltiples aspectos recónditos, pueden evocar estos espacios oscuros y algo enigmáticos ocupados como refugios de fortuna por nuestros ancestros más lejanos. Precisamente los claroscuros que caracterizan los espacios interiores justifican el renovado interés de todas las culturas para intentar poner orden y algo de luz en los ámbitos de la interioridad.

El mundo interior humano es complejo y frágil, y puede ser fácilmente desestabilizado. Se trata del resultado de un cambio neurofisiológico del cerebro y el correspondiente cambio de estado de la mente animal, en virtud del cual aparecen unas lujosas e inquietantes posibilidades mentales como la conciencia reflexiva, el pensamiento lógico, la experiencia de un yo biográfico, la inquietud por el futuro, el vértigo de la libertad y la responsabilidad moral, el amor empático, las inquietudes trascendentes, etc. La multiplicidad de perspectivas a las que abre la interioridad humana exige una atención delicada a su cuidado si se quiere realizar con éxito la singladura que cada uno tiene en perspectiva a lo largo del proceso vital en el que le ha colocado la existencia.

Así como existe una normal preocupación por el entrenamiento del organismo en sus dimensiones corporales, resulta lógico que se formule una preocupación paralela por el mantenimiento de la dimensión mental. Las habituales atenciones en orden a la prevención de la enfermedad y su curación que establecemos en relación con la biología humana a través de la medicina, deben tenerse presentes también respecto del mundo mental. Ello es ya un hecho establecido en el campo de la salud mental a través de las ciencias psicológicas o psiquiátricas, y se está ampliando a las dimensiones espirituales, sean o no tributarias de un interés religioso. La relación entre el mundo de la psicología, la espiritualidad y las religiones es el objeto de este comentario, que intenta observar cómo se produce la relación entre estas grandes dimensiones de la neurofisiología humana, en nuestra cultura occidental.

Cerebro y mente

Es obligada una primera alusión a la base neurofisiológica de la mente humana. Los intereses más centrales del vivir humano responden a necesidades mentales que resultan de la integrada influencia de pulsiones vitales, mundo emocional y capacidad de raciocinio. Esta es la naturaleza del entusiasmo por el amor, el arte, la ética, la política, el saber o cualquiera otra de las grandes y brillantes realizaciones de los humanos. Las espiritualidades y las religiones constituyen aportaciones nucleares a esta  cultura humana. Desde la época axial (Karl Jaspers estudió atentamente el  fenómeno), se han conformado como los grandes horizontes del vivir, y aún hoy siguen jugando este papel para la inmensa mayoría de la humanidad. Espiritualidades y religiones son productos mentales complejos de alta calidad en los que confluyen las pulsiones de vida junto con las más profundas emociones y razonamientos.

La neurofisiología moderna  ilustrada en este punto por A. Damasio, autoridad poco discutible en el tema, y confirmada por los estudios más fiables y prestigiosos, ha llegado a la conclusión  de que no existe en el cerebro humano una red neural racional independiente de las redes emocionales, de manera que no es posible una racionalidad pura independiente de la emocionalidad. No existe una supuesta racionalidad pura hacia la que deban converger todas las racionalidades humanas. Es más, según Damasio, la racionalidad no funciona correctamente si no es asistida por la emocionalidad, lo que sugiere la complejidad y multiplicidad del abordaje racional de las realidades. Religiones y espiritualidades, productos emblemáticos de síntesis de aspectos pulsionales, emocionales y racionales, juegan pues la imprescindible función de responder humanamente, al lado de las ciencias o las aproximaciones éticas o estéticas, a los grandes enigmas y urgencias del mundo mental humano, simbolizando en relatos, los estados mentales y las conductas con que los humanos intentamos ordenar nuestra existencia ante el Misterio, como sugería Einstein.

Dimensiones en juego

La Psicología, constituida como ciencia autónoma en sus muchas versiones (multiplicidad que la sitúa como ciencia  todavía poco estable y consensuada), intenta poner orden en el mundo interior a partir de los datos que se consideran fiables desde cada una de las diversas perspectivas que las ciencias psicológicas contemplan. Abordajes más o menos dinámicos, conductistas, organicistas etc, se dan cita en esta interesante aventura de estructurar una normalidad aceptable que acompañe la larga maduración del mundo interior humano. El trabajo psicológico atiende sobre todo a la corrección estructural. Se trata de que pulsiones, emociones y razones puedan coordinarse en la edificación de un yo protagonista, y a la vez propicien la superación de aquellos aspectos u orientaciones que podrían generar un yo excesivamente egocentrado o egoísta. Las diversas corrientes psicológicas contemplan una perspectiva terapéutica que apunta a una progresiva maduración mental del individuo o eventualmente una compensación de algunos excesivos desequilibrios mentales que se puedan producir.

Las espiritualidades, profundamente connaturales con todas las culturas, y especialmente florecientes a partir de aproximadamente 2600 años BP, se proponen una profundización en el interior humano que va mucho más allá  de las preocupaciones terapéuticas, aunque no las desconoce. La búsqueda de profundización y calidad preside las variadas iniciativas espirituales de todo signo. La corriente espiritual más  primitiva se  centra principalmente en descubrir la mejor ubicación del ser humano en medio de las fuerzas de la naturaleza.  Unas corrientes espirituales más avanzadas y de alta calidad se centran en la interiorización, es decir, en una búsqueda rigurosa en los orígenes personales de la experiencia mental, para descubrir qué orientación hay que dar al mundo pulsional y emotivo que forma el zócalo psicológico humano y sobre el que danzan más o menos coordinadas las razones del vivir. En el buceo interior que caracteriza las espiritualidades interiorizadoras destacan las grandes tradiciones orientales hindúes (Yoga, Budismo) o chinas (Confucianismo, Taoísmo). Otro amplio grupo de inquietudes espirituales, que podríamos caracterizar como proféticas, orientan la preocupación del espíritu humano hacia la consecución de un orden justo  y fraternal, y a este fin, dinamizan la persona hacia una acción social potente que luche por la verdad, la justicia y la igualdad.

Estas orientaciones espirituales han caracterizado especialmente tanto la reflexión de la filosofía griega como la potente dinámica espiritual del mundo judío y su derivación cristiana. La insistencia de cada una de estas dos grandes orientaciones espirituales no excluye la otra que se convierte en su correspondiente complementaria. Las espiritualidades deben asumir los objetivos de la psicología acerca de la salud mental humana, pero aportan elementos nuevos de profundidad y dirección al mundo mental. De ahí que, en la cultura avanzada de las sociedades abiertas y tecnificadas, las espiritualidades estén renaciendo con éxito en la propuesta de calidad y profundidad para enriquecer y equilibrar el mundo interior.

Las religiones son potentes creaciones humanas que se atreven con las dimensiones trascendentes. Se enfrentan sin remilgos al reto de pasar del agnosticismo a la propuesta, simbolizando a través de sus relatos aquella realidad a la que todos denominan Dios (Tomás de Aquino dixit!). Dios se convierte así en un genérico, que será propuesto, impuesto, proclamado, sugerido, amado, desconocido, deformado, objeto de proyecciones, funcionalizado en favor del poder, cuidador o culpabilizador de la conciencia, liberador u opresor de personas y pueblos, punto focal de los mejores deseos y de las más evidentes fantasías, referencia de alienaciones, motivo o excusa para iniciar y mantener guerras de invasión o liberación, ocasión de todo tipo de idolatrías y de las más generosas dedicaciones. Las religiones se centran en la trascendencia y sus posibles simbolizaciones.

Esta función simbolizadora es importante y generalmente imprescindible, porque los intentos de acceder al mundo trascendente solamente son viables en la mayoría de humanos a través de la concreción simbólica. Aquí los relatos juegan un papel importante y no merecen mucho crédito antropológico los intentos de generalizar una propuesta de transcendencia que no disponga de algún tipo de concreción simbólica. La mente humana es así constitucionalmente. Solamente las minorías místicas acceden ocasionalmente a una transcendencia sin mediaciones simbólicas. La condición para que los relatos puedan ejercer su función, es que sean presentados como tales relatos simbólicos, es decir que expresan verdades que no pueden expresarse de forma descriptiva (p.ej el amor profundo se expresa mejor simbólicamente que en forma descriptiva). La tragedia de muchas religiones es su empecinamiento en considerar hoy como descripciones o crónicas lo que son textos ejemplares que señalan formas de vivir.

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/la-espiritualidad-actual-analizada-desde-la-neurociencia-antropologica_a41972.html

Ver también:

La dimensió religiosa de la naturalesa humana

EL SER HUMANO ES ANTROPOLÓGICAMENTE «RELIGIOSO»

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