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Cosmovisiones que aún perduran

Cosmovisión hebrea: herencia y presencia

Procedencia remota de algunas «concepciones» que perduran en nuestras mentes

  • Las cosmovisiones moldean e informan nuestras experiencias en el mundo que nos rodea.
  • Cosmovisión actual: presencia de elementos muy remotos en la cosmovisión popular actual
  • Las cosmovisiones son realidades mentales, elementos ideológicos, productos culturales, que tienen su propia evolución histórica.
  • Las cosmovisiones están transidas de creencias, «constructos» mentales que intentan expresar realidades internas nuestras muy nucleares.
  • En el fondo de la cosmovisión popular actual continúan presentes, aunque evolucionados y transformados, concepciones y elementos con un origen muy remoto.
  • Las cosmovisiones son realidades mentales y aunque constituyen parte esencial de nuestro imaginario individual o colectivo, sus elementos constitutivos no necesariamente tienen que gozar de una existencia real u ontológica. Esos contenidos pululan inevitablemente en nuestra mente y condicionan nuestras actitudes vitales. Es conveniente, pues, tomar consciencia de ello.

Con la evolución del mundo y de la vida también las ideas, los pensamientos, las mentalidades, las concepciones o interpretaciones que las personas y las culturas hacemos de la realidad, evolucionan y se transforman. Los conceptos, las concepciones sobre el mundo y las realidades humanas están mediatizados culturalmente; cada época histórica genera su propia manera de ver y entender el mundo y la realidad. No deberíamos perder, pues, nunca de vista el relativismo cultural de este tipo de artefactos mentales.

El mundo en que vivimos manifiesta una gran complejidad y a menudo aspectos caóticos, y las personas y las culturas observan el mundo a partir de la pretensión y la necesidad de poner cierto orden y sentido a esa realidad. Las ideas, los conceptos, las concepciones de la realidad, del mundo y de la vida, las cosmovisiones… tienen su propia historia, su propio recorrido. Así nos lo muestra la historia del pensamiento y de las ideas. En un determinado momento histórico afloran, emergen, se desarrollan, influyen, decrecen y mueren. Ninguna de ellas surge de la nada. Cada una de ellas tiene sus antecedentes, su influencia y sus consecuentes. Las culturas y civilizaciones bien conocemos que no son estáticas. Evolucionan, cambian, se transforman. Toda cultura y civilización ha transitado por ese camino, ha experimentado esa evolución, ha sufrido esa transformación. Algo semejante sucede tanto a nivel colectivo como individual. Las ideas individuales, aunque en ocasiones no seamos demasiado conscientes de ello, también experimentan ese recorrido. Nuestras ideas y concepciones actuales tanto personales como colectivas son fruto, producto, de semejante proceso. En parte son fruto de nuestra herencia cultural, en parte están condicionadas por las condiciones materiales y culturales del momento presente.

Cosmogonías y cosmovisiones son productos culturales que contribuyen a configurar, estructurar, la identidad de los grupos humanos. Cada cultura o religión ha tenido y tiene sus propias explicaciones «cosmogónicas». Una «cosmogonía» es un conjunto de teorías míticas, religiosas, filosóficas y científicas sobre los orígenes. La cosmogonía pretende poner de relieve de forma mítica, legendaria, una dimensión de la realidad que suele pasar desapercibida, suele escapar a la consciencia de los miembros de esa cultura, contribuyendo a formar una percepción del universo y del mundo, del origen de dioses, hombres y elementos naturales. Una «cosmovisión» es una forma de mirar, de ver e interpretar el mundo. «Cosmovisión» es un término que está compuesto por «cosmos», que es equivalente a «ordenar», y el verbo «visio», que significa «ver»: una visión ordenada, estructurada del mundo. Se trata de un conjunto de ideas, conceptualizaciones y creencias que permiten analizar y reconocer la realidad a partir de la propia existencia. Puede hablarse de la cosmovisión de una persona, una cultura, una época, etc. Algunas expresiones pueden ayudarnos a comprender el concepto. Por ejemplo: “La cosmovisión azteca era muy compleja e incluía un fluido intercambio entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos”, “Los musulmanes más radicalizados tienen una cosmovisión muy distinta a la nuestra, pero eso es difícil entender sus acciones”, “Tienes una cosmovisión muy particular que no puedo aceptar”. Una cosmovisión es una visión general del mundo, una visión más bien filosófica, una perspectiva global sobre todo lo que existe y nos importa. La cosmovisión es integral; es decir, abarca aspectos de todos los ámbitos de la vida: religión, moral, filosofía de la vida, política forman parte de una cosmovisión. Puede decirse que las religiones, los sistemas filosóficos y las doctrinas políticas forman cosmovisiones, ya que aportan un marco interpretativo para interactuar con la realidad y desarrollar ciertos patrones éticos y morales. El cristianismo, el judaísmo, el islam, el humanismo y el marxismo, en ese sentido, pueden ser considerados como cosmovisiones. Cosmogonías y cosmovisiones permiten apreciar la necesidad del ser humano de concebir un cierto orden mental que permita conjurar el caos y la incertidumbre al que sin ese orden se vería abocado el ser humano.

La cosmovisión de una persona representa sus creencias más fundamentales y lo que asume acerca del universo en que habita. Refleja cómo respondería a las “grandes preguntas” de la existencia humana: preguntas fundamentales acerca de quiénes y qué somos, de dónde venimos, por qué estamos aquí, a dónde vamos (si es que vamos a algún lugar), el significado y propósito de la vida, la naturaleza de la vida que existe después de la muerte, y qué es una buena vida aquí y ahora. Pocas personas piensan en estas cosas con profundidad, y menos aún tienen firmes respuestas para estas preguntas, pero la cosmovisión de una persona por lo menos la inclinará hacia cierto tipo de respuestas, y la alejará de otras. Las cosmovisiones moldean e informan nuestras experiencias en el mundo que nos rodea. Afectan a lo que vemos y cómo lo vemos, igual que unos lentes con cristales de color. Dependiendo del “color” de los lentes, algunas cosas se verán con más facilidad, o, por el contrario, se verán sin el énfasis adecuado, o distorsionadas. De hecho, puede que algunas cosas ni siquiera se puedan ver. Además, las cosmovisiones también determinan en gran medida las opiniones que tiene la gente en asuntos de ética y política. Lo que una persona piensa acerca del aborto, eutanasia, relaciones entre personas del mismo sexo, ética medioambiental, política económica, educación pública, y así sucesivamente, dependerá de la cosmovisión de fondo más que de ninguna otra cosa. Como tales, las cosmovisiones juegan un papel central y definitorio en nuestras vidas. Dan forma a lo que creemos y a lo que estamos dispuestos a creer, a cómo interpretamos nuestras experiencias, cómo nos comportamos en respuesta a esas experiencias, y cómo nos relacionamos con otros. Nuestros pensamientos y acciones se ven condicionados por nuestra cosmovisión. Las cosmovisiones operan tanto a nivel individual como a nivel social.

Culturalmente nuestra sociedad no es ni ha sido una isla. Somos productos culturales, al tiempo que productores, generadores de nuevas concepciones culturales, nuevas interpretaciones, nuevas cosmovisiones. Somos producto de la civilización occidental. Somos herederos de la «cultura clásica» grecolatina, base, fundamento, de la civilización occidental, ahormada por una cosmovisión cristiana. Gran parte de nuestra cosmovisión actual tiene como fondo esa cosmovisión heredada. Muchas de los conceptos e ideas con los que nos manejamos el común de los ciudadanos están en el fondo enraizadas en concepciones muy primitivas anteriores incluso al cristianismo y que este heredó a su vez de influencias culturales recibidas en parte de su entorno.

Presentamos a continuación un conjunto de ideas, una cierta cosmovisión cuyo fondo primigenio se remonta a tiempos inmemoriales anteriores al cristianismo, que a través del judaísmo y por medio de la expansión del cristianismo ha llegado hasta nosotros, en las que nos podemos reconocer puesto que en cierto grado somos deudores de ella y que de algún modo continúan informando y condicionando algunas de nuestras concepciones y de la mentalidad actual. Aquellas lejanas ideas no son completamente ajenas a la cosmovisión del gran público en el mundo actual. ¿Cuáles eran algunas de las ideas de fondo, algunas de las preocupaciones existenciales y la mentalidad de las que se nutrió el judaísmo anterior al cristianismo y que posteriormente a través de éste han llegado incluso hasta nosotros?

Para comprender más en concreto todo ello seguiremos algunas de las ideas expuestas por A. PIÑERO en su obra “Orígenes del cristianismo. Antecedentes y primeros pasos” en su cap. 2, a propósito del estudio que realiza sobre el marco religioso en el que se originó el cristianismo primitivo, en el epígrafe dedicado a la influencia de concepciones foráneas como las iranias en la cosmovisión judía, y que indirectamente pudieron ser integradas posteriormente por el cristianismo y a través de él su difusión llegó a toda la civilización occidental.

El marco religioso del cristianismo primitivo por:
A. PIÑERO, Catedrático emérito de Filología clásica, Universidad complutense. Madrid (1)

A. Influencia de las concepciones iranias en la cosmovisión judía e, indirectamente, su aceptación por el cristianismo

El marco religioso del cristianismo primitivo, en lo que se refiere a un trasfondo no judío es muy amplio. Podemos centrarlos en tres grandes apartados: uno, vehiculado e incluido dentro del epígrafe «herencia del judaísmo», a saber: la influencia de concepciones iranias en la teología judía helenística y su consecuente paso al cristianismo; otro, el posible influjo de concepciones filosóficas helenísticas o parafilosóficas y un tercero, el efecto moldeador que la religiosidad y terminología de las religiones de misterios pudieron ejercer sobre el cristianismo. Hagamos referencia al primero de ellos.

Teologuemas(*) capitales de la religión judía de la época helenística, como las concepciones sobre el fin del mundo, las ideas apocalípticas en general, la creencia en la resurrección, el desarrollo de la demonología y, sobre todo, la concepción dualista de la existencia humana, o las antinomias del evangelio de Juan (oposición luz/tinieblas; verdad/error; vida natural/vida eterna; arriba/abajo, etc.), podrían proceder en principio de la religión irania, que había ejercido su influencia sobre la israelita e, indirectamente sobre la cristiana, quien habría incorporado también tales concepciones. A través de textos mandeos y maniqueos (siglos V-VII d.C.), amén de los textos mismos iranios, es posible remontarse críticamente a una concepción primitiva irania que se halla en la base de la noción cristiana de la salvación, a saber: un hombre primordial de estirpe divina, depositario del mensaje y de la fuerza de Dios, desciende como salvador a este mundo para rescatar de la prisión de la materia a las almas, que son como chispas divinas procedentes del cielo, pero caídas en este mundo. Este salvador sufre diversas penalidades en el ejercicio de su misión salvadora luego asciende al cielo como ser divino, primer cuerpo luminoso y representante de los salvados, quienes, a su vez, ascenderán posteriormente tras él.

El lector no habituado a estos temas puede verse inclinado a pensar, influido por la lejanía geográfica de ambos países, Irán y Palestina, y por la diversidad de las culturas, cuán difícil es una asimilación de la ideología religiosa irania por parte de los judíos. Pero Palestina fue durante dos siglos (desde poco después de la cautividad en Babilonia, a partir del 586 a.C.) parte integrante del Imperio persa, y cuando éste sucumbió a manos de Alejandro Magno y sus sucesores (ca. el 330 a.C.), quedó en Babilonia, naturalmente en contacto con Irán, un gran número de judíos que ejerció una influencia decisiva en la conformación de la religión nacional durante muchos siglos, bien entrada la era cristiana. El tráfico comercial, con el incesante movimiento de personas, era muy denso en todo el Oriente y propiciaba el intercambio de ideas. Por último, los ritos del mitraísmo eran bien conocidos en Asia Menor, donde habitaban muchas colonias judías, y la difusión de las elevadas ideas de Zoroastro pudo tener lugar en la Palestina del siglo II gracias a una emigración de judíos babilonios a Palestina por aquellas fechas.

Por otro lado, en los siglos anteriores a nuestra era, el espíritu sincrético en materia de religión era absolutamente dominante: existía una fuerte y común tendencia a asimilar los dioses de unas religiones a otras, a medida que, gracias a la difusión del helenismo, se iban conociendo mejor los pueblos, a unificarlos en un panteón común, e incluso a reducirlos como meros personajes secundarios de una corte celeste en torno a un dios, si no único, sí al menos principal, ya fuera éste Zeus o el Sol, u otro. En el ámbito judío de época helenística se percibe la tendencia a anexionarse como propios los sabios —y sus ideas— de otras culturas. Enfrentados a la dominante cultura helénica, era vital para los judíos, a la vez que se mantenían firmes en lo esencial de su fe, asimilar cuantas ideas buenas podían encontrar en el exterior. El Irán, en concreto, tenía la aureola de haber producido una casta de sabios religiosos, los magos, sacerdotes del zoroastrismo, y gozaba de la simpatía de ser un pueblo igualmente oprimido por el Imperio romano. Es muy probable que la religión persa no se presentara ante los ojos de los judíos con el descrédito, como otras, y el estigma de la idolatría politeísta, sino con el prestigio de ser la religión de los magos. El gran problema, sin embargo, para establecer una relación de influencia entre la religión irania y el judaísmo de los siglos inmediatamente anteriores al nacimiento del cristianismo estriba en el carácter de las fuentes iranias. Lo que se expone a continuación tiene un carácter sólo de verosimilitud, y que de ningún modo lo presentamos con rasgos de certeza.

Se ha señalado que los signos escatológicos que preceden al fin del mundo, con el castigo de los pecadores (acortamiento de los años, disminución de la vida de los seres humanos, ausencia de lluvias, esterilidad de la tierra, modificación del orden celeste) tienen claros paralelos en textos avésticos. Igualmente hay signos de concordancia entre las concepciones judías helenísticas del juicio final sobre todo en el papel desempeñado por el fuego devorador. El castigo final de los malos espíritus es bastante parecido al mito iranio al respecto: existe un gran período de tiempo en el que los malos espíritus campan por sus respetos, luego son desposeídos de su poder y encarcelados en un lugar seguro, donde deben esperar el juicio definitivo.

Es muy discutido si la idea judía de la resurrección de los muertos que no se encuentra con claridad en el AT hebreo procede o no de la religión irania. Sabemos por el testimonio de autores griegos que la resurrección de los muertos era una de las características más sorprendentes de la religión de los iranios para una mentalidad helénica. La función, sin embargo, de esta creencia entre los iranios, donde sirve exclusivamente para que en el proceso de la renovación del mundo, los muertos, purificados y renovados, puedan habitar el mundo nuevo, es distinta evidentemente a la judía por lo que se piensa generalmente que una tendencia interna de esta religión pudo verse acelerada y fomentada con el conocimiento de la misma creencia entre los iranios.

Unida indisolublemente con la afirmación de la resurrección se halla la idea de la retribución individual tras la muerte. Es evidente, sin embargo, que una aguda reflexión sobre la aparente inactividad de la justicia divina en este mundo, que permite la impune prosperidad de los impíos y la desgracia de los justos, pudo fácilmente conducir al pensamiento judío por sí mismo, ayudado por similares concepciones helenísticas, a la idea de la retribución individualizada a cada uno tras la muerte.

La creencia en ángeles, buenos y favorables al hombre, y en demonios, perversos y dañinos, es muy común a todas las religiones. En el caso de Israel, ambas concepciones encuentran sus fundamentos y las primeras líneas de evolución en la Biblia hebrea, aunque el Talmud reconoce que parte de la doctrina sobre los ángeles fue tomada de los babilonios por los judíos. Sobre todo en el caso de los demonios, se ha señalado unánimemente entre los investigadores que su contrapartida irania, el Angra Mainyu o «Mal Espíritu», ejerció un poderoso influjo en el moldeado de la figura de Satán.

El llamado dualismo, que interpreta la existencia humana en sus aspectos positivos y negativos como el producto de una lucha entre dos potencias espirituales encontradas, tanto en el interior del hombre como en el ámbito cosmológico, es la característica más sobresaliente de las creencias religiosas iranias. El dualismo procede de una concepción del universo dominada por la astrología: mundo de arriba-mundo de abajo; influjo perverso o sano de los astros sobre el hombre. Proyectado hacia el mundo de arriba, se piensa en la existencia de una dualidad de poderes, del que es reflejo el dualismo de este mundo. Ya desde los principios de la religión irania se concebía el universo como presidido por un señor sabio, Ahura Mazda, con el que coexistían en paridad otros dos espíritus más, el del Bien, y el del Mal. La contradictoria estructura del mundo es el resultado de la oposición de los dos espíritus primordiales, enfrentados entre sí como la luz y las tinieblas, que luchan con fuerzas iguales. En un estadio más avanzado, esta oposición se traslada también al ámbito moral, con la oposición en el hombre entre el principio de las buenas acciones y el de las malas. Pero tanto en el reino cosmológico como en el moral el principio bueno acabará por imponerse, el malvado quedará destruido, los justos separados de los malvados y el orden del universo definitivamente restaurado.

En ámbito judío aparece por primera vez con claridad este dualismo en círculos sacerdotales del siglo II a.C. En alguna de esas obras el patriarca Amrán contempla en una visión la disputa de dos ángeles sobre su persona. El uno, perverso, tiene una figura horrible; el otro, bueno, ayuda al visionario. El primero representa a las tinieblas y el segundo a la luz; este doble simbolismo es una imagen del dominio de ambos espíritus sobre el mundo. Pero es sobre todo en el Rollo de la Guerra, o libro que describe la batalla escatológica final entre los «hijos de la luz» y los «hijos de las tinieblas», y en el Manual de Disciplina de la secta esenia del Mar Muerto donde encontramos expresado con mayor claridad y rotundidad este dualismo. El dualismo de estos círculos judíos de época helenística se refleja nítidamente en el pensamiento deuteropaulino y sobre todo en el evangelio de Juan.

Las raíces inmediatas de la expresión y concepciones sobre el Hijo del Hombre en los evangelios proceden de modo directo del libro de Daniel (7,13) y de las especulaciones de círculos judíos posteriores. El problema radica en elucidar de dónde provienen los rasgos de esta misteriosa figura en su primera aparición literaria en el libro de Daniel. Al no encontrarse precedentes en el AT, algunos investigadores proponen que el mejor paralelo se encuentra en la figura del «gran Zaratustra», que aparece como la representación del hombre primigenio, profeta enviado a la tierra y como salvador.

Respecto al concepto iranio de la salvación debemos afirmar que su concepción fundamental de un hombre primordial, preexistente, depositario del mensaje y de la fuerza de la divinidad, que desciende del cielo para salvar a los hombres, consustanciales por su parte superior con él, y que luego asciende cabe la divinidad, no tiene ningún precedente en el AT. Pero tampoco aparece con la claridad suficiente en el Bundahisn, sino en textos gnósticos de los siglos II y III d.C. y en los escritos de los mandeos y maniqueos, posteriores aún, ligados expresamente al cristianismo. Metodológicamente, por tanto, no es nada fácil establecer una causalidad de influencia entre la mentalidad irania de la salvación y el concepto equivalente judeo-cristiano. El tema debe tratarse dentro de la gnosis, o mejor en el marco de la atmósfera religiosa gnóstica, que se percibe con bastante claridad en la cuenca mediterránea del siglo I d.C.



(*)Teologuema: interpretación teológica de un hecho histórico especialmente relevante.

(1)Antonio PIÑERO es Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.

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Ver también:

Cosmogonías antiguas (I)

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