Ser más humano, lo único en lo que no se puede fracasar
La lucha contra la tiranía de los personajes que nos aprisionan.
Recuperamos un interesante y humanamente estimulante artículo de Juan PEREA en el que hace un repaso a sus aconteceres existenciales con sus éxitos y sus fracasos, con sus debes y haberes y en el que entre otras cosas propone sugerentes aprendizajes existenciales para quienes no quieren quedarse estancados en la supuesta zona de confort en la que se hayan instalado: Yo soy quien va eligiendo el camino que ando y decidiendo qué alternativa tomar. Me he dejado llevar por la intuición a la hora de elegir entre distintas alternativas. Decidí que no quería seguir obligado a representar papeles típicos de un personaje que no me gustaba. Dirigí mis esfuerzos a tratar de descubrir quién soy y sentirme a gusto conmigo mismo. En lo que no me permito fracasar es en lo que he identificado como el propósito de mi existencia: ser cada día más humano y así reconocer al humano que hay en cada uno de vosotros.
Juan Perea
Me parece conveniente advertirles, como hace Montaigne en sus Ensayos, que siendo yo mismo la materia de este artículo, no es razonable que empleen su tiempo en un asunto tan frívolo y tan vano. Sólo si de algo les pueden valer algunos de mis aconteceres, les animo a seguir con esta lectura.
En la edad madura voy descubriendo que para el único que tiene sentido mi vida es para mí mismo. Yo soy quien va eligiendo el camino que ando y decidiendo qué alternativa tomar en cada una de las encrucijadas que se me presentan. Las vidas de otras personas me pueden resultar más o menos interesantes y en muchos casos han tenido un gran valor para mí, pero la verdaderamente fascinante es la mía, de la que me responsabilizo en su totalidad, con sus éxitos y sus fracasos, con sus debes y haberes, con episodios de los que me arrepiento y otros de los que me enorgullezco, y que sólo yo sé lo que me ha costado construir.
Decía Pessoa, en los Poemas de Álvaro de Campos, “eres importante para ti porque es a ti a quien tú sientes”. En este sentido, y sobre todo a medida que iba adquiriendo una mayor consciencia, me he movido hacia donde he ido sintiendo que conseguía ser más yo mismo, buscando el sitio en el que me encontraba más a gusto. En este proceso de cambio me he enfrentado a tres obstáculos fundamentales: El primero, la idea que tenía sobre mí mismo, sobre lo que debía ser o hacer según lo que yo pensaba que me caracterizaba (hijo, padre, hermano, economista, empresario, ejecutivo, máster, etc.). El segundo, lo que otros pensaban que yo debía ser y a lo que debía responder como un buen chico para no decepcionar a nadie, en especial a mi familia o a mis amigos. El tercero, el que ahora me suena más absurdo y que no por ello me ha resultado menos difícil de superar, lo que yo creía que los demás pensaban de mí, es decir, la imagen con la que yo suponía que tenía que cumplir.
La lucha contra los personajes que aprisionan
He peleado, y todavía sigo haciéndolo, aunque ya sin tanta intensidad, contra todas esas caracterizaciones, imágenes, construcciones mentales, ‘tengo-que’; contra esos absolutos que me encajonaban, me limitaban, me aprisionaban y, sobre todo, me troceaban. En definitiva, contra todos los personajes que me impedían ser más persona, más el yo que quería descubrir. Con esta lucha he tratado de equilibrar lo que dictaba mi mente, la parte que por la educación recibida más había desarrollado, con mi parte visceral, la más intuitiva, y con mi corazón. Al principio no sabía ni el porqué de ese combate ni dónde me llevaría, tan sólo que no quería quedarme donde estaba, en la supuesta zona de comodidad en la que me había instalado. Más tarde descubrí que empezaba a seguir el mandato de Séneca, quien nos pide que “mientras vivamos, mientras estemos entre los seres humanos, cultivemos nuestra humanidad”.
Les confieso que ha habido días muy oscuros, que he tenido muchas dudas y miedo de perder la cabeza. De hecho, muchos de mis antiguos conocidos y amigos piensan, no sin razón, que eso es lo que ha ocurrido. Me he dejado llevar por la intuición a la hora de elegir entre distintas alternativas y, sobre todo, sigo la enseñanza del chamán yaqui Don Juan que relata Carlos Castaneda: “Para mí, sólo recorrer los caminos del corazón, cualquier camino que tenga corazón. Por ahí yo recorro y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y por ahí yo recorro mirando, mirando sin aliento”.
Sartre me enseñó que los seres humanos estamos condenados a la libertad. Yo decidí que no quería seguir obligado a representar papeles típicos de un personaje que no me gustaba, como aquellos actores que han triunfado con una determinada caracterización y resultan poco creíbles en cualquier otra. Dirigí mis esfuerzos a tratar de descubrir quién soy y sentirme a gusto conmigo mismo. En distintos roles, alguno de los cuales ni siquiera tengo muy claro, he ido descubriendo mi lado más luminoso y también el más oscuro. Ya no presto mi atención ni pierdo el tiempo con aquellos que, sordos a las sabias palabras de Sócrates, lo saben todo de todas las cosas, especialmente sobre los demás, en este caso sobre mí, se endiosan enjuiciando a otros y son incapaces de mirar en ese cubo de basura en el que se han convertido por su incapacidad de enfrentarse a sus miserias. Como diría un querido amigo, tengo demasiada plancha como para andar con tonterías.
Fracasar y levantarse
En este caminar me han ayudado tanto quienes me han dado ánimos para perseverar como quienes me han hecho corregir el rumbo con sus críticas constructivas llenas de cariño. Para todos, mi agradecimiento. Junto con ellos llevo a cabo ese proceso alquímico tan natural y a la vez tan olvidado por el que los seres humanos podemos crearnos y recrearnos. Que buena palabra esta de recrear, que me ha servido como medicina preventiva contra graves enfermedades y afecciones cardíacas. Confío en poder educar a mis hijos en esa capacidad, darles las herramientas para que, en un mundo siempre cambiante, tengan esa flexibilidad, no se embutan en la camisa de fuerza de un personaje concreto y se permitan la tan humana posibilidad de fracasar en cualquiera de los papeles que les toque desempeñar, para luego volver a levantarse.
Si, como afirmaba Walter Benjamin, ser feliz significa poder percibirse a uno mismo sin temor, bien puedo decirles que, en la manera que brevemente les he descrito, he recorrido un gran trecho. Hoy veo mis éxitos y decepciones como parte de un aprendizaje, el de ser humano. Puedo fallar en los distintos papeles que se me han adjudicado y que yo mismo he elegido. Cada vez me resulta menos frustrante. Mientras trate de cumplir con artificiales expectativas de los demás o de mí mismo, y por mucho que lo consiga, nunca estaré satisfecho. En lo que no me permito fracasar es en lo que he identificado como el propósito de mi existencia: ser cada día más humano y así reconocer al humano que hay en cada uno de vosotros.
Fuente: Juan Perea