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El despertar de la consciencia

La «consciencia» es un complejo fenómeno inédito en el Cosmos.
Es un fenómeno propio de un tipo de vida altamente evolucionada.

  • La consciencia es la principal fuente de todo nuestro conocimiento.
  • Vivir más plenamente implica también vivir más conscientemente.
  • Madurar personal y humanamente significa también tomar «consciencia» del valor, importancia y trascendencia de la propia vida.
  • ¿Estamos despiertos o vivimos medio dormidos? ¿Con qué nivel de «consciencia» vivimos? ¿A qué nivel de «consciencia» hemos accedido? ¿Andamos entre penumbra, confusos y desorientados o nos adentramos en la lucidez? Todo ello está muy relacionado con el nivel de «consciencia» que hayamos desarrollado. Una mente clara y lúcida es fuente de liberación interior. El conocimiento profundo de uno mismo y de la realidad, es el cauce para que el ser humano pueda llegar a ser más plenamente «humano».
  • «Consciencia»: (cum scentia), con ciencia o conocimiento. Vivir con pleno conocimiento. Conocimiento que el individuo tiene de sí mismo y sus cambios, y del medio que lo rodea y sus transformaciones. La «consciencia» es la llave para el autoconocimiento. Capacidad para ser conscientes de nosotros mismos y del mundo. La consciencia puede haber abierto el camino en la evolución humana hacia un nuevo tipo de creaciones humanas que no hubieran sido posibles sin ella: consciencia, autoconocimiento, religión, organización política y social, arte, ciencia, tecnología…

Sigamos con el apasionante proceso de emergencia de la vida y vida "humana", el despliegue de las insólitas posibilidades humanas en el seno del Cosmos. Hemos visto ya cómo apareció la vida y la vida "inteligente" en el Universo (ver aquí). Somos mentes emergidas de un cerebro biológico, fruto de un laborioso proceso evolutivo. La especie humana, hasta llegar al estadio evolutivo del homo sapiens sapiens, ha tenido que transitar por un largo y trabajoso proceso de toma de «consciencia» sobre sí mismo y el mundo que le rodea… Desde los primeros estadios evolutivos en los que el ser humano dotado de una mente muy elemental apenas si despegaba de su «inconsciencia» hasta la consolidación de un mayor grado de «consciencia» de la realidad, como algo diferenciado de sí y con la cual puede relacionarse e interactuar, ha conllevado un largo proceso evolutivo cuya culminación no está todavía cerrada. Situémonos por unos momentos en los albores de la humanidad y preguntémonos: ¿Cuál debía ser su grado de consciencia de sí mismos y de la realidad? ¿Qué debían pensar nuestros antepasados remotos, cómo debían ver el mundo y qué tipo de relaciones debían establecer entre sí, cuál debía ser la comprensión de la realidad de aquellas primeras generaciones de humanos..?

Por otra parte, la maduración fisio-psico-neurológica de todo individuo supone también un trabajoso proceso… Madurar personal y humanamente implica también un arduo proceso que vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida… Madurar humanamente significa también tomar «consciencia» del valor, importancia y trascendencia de la propia vida. Esa maduración se produce progresivamente a medida que vamos tomando mayor «consciencia» sobre nosotros mismos y la realidad que nos rodea… Solemos andar despiertos, aunque muy a menudo parece que vivamos medio dormidos. A lo largo de la vida todos estamos presentes en lo que hacemos y nuestro particular mundo mental está centrado en nuestras preocupaciones y ocupaciones cotidianas, pero no siempre somos suficientemente conscientes del regalo que la vida misma implica. Soñamos y nos esforzados por mejorar nuestra calidad de vida, por disfrutar cada día de una vida mejor, nuestros anhelos, aunque no seamos demasiado conscientes de ello, nos impelen hacia una vida existencialmente más plena. Pero ese anhelo no siempre lo alcanzamos. Cada uno traza su propio trayecto, toma su propio camino. Al tiempo vemos como la vida transcurre muy rápido, así que son muchos los que piensan que ante tal evidencia mejor vivir intensamente, mejor vivir con intensidad el presente, aunque no todo el mundo entienda de la misma manera ese “vivir cada día intensamente”.

Adaptarse es vital para aprovechar la infinidad de oportunidades que la vida nos ofrece. Se trataría de ver la vida como la “gran aventura” humana, de afrontar el paso de los días siendo conscientes del regalo que ella supone. Nos hallamos ante una globalización que puede convertirse en esclavitud para muchos, en cautiverio para casi todos, al servicio del mismo sistema. Distraernos, alienarnos, enajenarnos de nuestro verdadero ser, velar nuestras auténticas necesidades es el mecanismo que emplea el “sistema” para mantenernos embelesados, cautivos, sumisos. Los grandes sabios de todos los tiempos nos invitan a despertar, a abandonar la somnolencia vital, a abrirse a una «consciencia» más plena de lo que significa nuestra propia existencia, a vivir más plenamente. Una llamada a vivir cada día con una «consciencia» plena el reto que supone la vida para cada uno de nosotros. Vivir con plena consciencia, vivir la vida a fondo, abandonado toda banalidad y superficialidad, vivir con intensidad al tiempo que con densidad.

A nivel filogenético el despertar de la «consciencia» humana ha sido como hemos apuntado un camino laborioso. A nivel de cada uno de nosotros ser conscientes de los diferentes tipos, grados y niveles de «consciencia» implica ya subir un nada despreciable peldaño en el siempre inacabado proceso de “maduración personal”. El texto que presentamos a continuación intenta exponer a partir de un doble plano ese “Despertar de la consciencia”, desde una perspectiva evolutiva de la mano de  R. M. NOGUÉS, catedrático emérito de  Antropología biológica de la UAB y en el áspecto más individual de la mano de F. TORRALBA, filósofo y Catedrático de Ética en la Univesitat Ramon Llull, quien en uno de sus artículos titulado “Vivir con plena consciencia” nos habla de la importancia de algunas dimensiones de la «consciencia» humana en las que nos conviene progresar para convertirnos en más plenamente humanos: la existencial, saber que estamos; la esencial, saber quién somos; la ética, saber cuáles son nuestros actos; y la global, saber nuestra posición en el mundo.

Del simple pensar a la emergència de la «consciencia»

La «consciencia» es un complejo fenómeno inédito en el Cosmos. Es un fenómeno propio de un tipo de vida altamente evolucionada. Entre las experiencias humanas típicas, es decir, aquellas experiencias mentales más complejas que caracterizan específicamente a los humanos, figuran entre otros: el lenguaje, el razonamiento, la ética, la estética, la sociabilidad, la experiencia religiosa y también la consciencia.

En el género Homo se manifiesta una espectacular discontinuidad psíquica en relación a sus predecesores, manifestada por la aparición de la consciencia reflexiva y la capacidad de razonamiento. La consciencia humana es una de las manifestaciones más espectacular de la complejidad mental humana. El proceso evolutivo hasta llegar a la emergencia de la consciencia ha sido arduo. A largo de ese largo proceso en nuestra especie tiene lugar un complejo proceso evolutivo mental que da lugar a la toma de consciencia de sí mismo y del mundo. Paralelamente al proceso de «hominización», la aparición de la «consciencia» supone un salto cualitativo muy importante en el proceso de «humanización» de nuestra especie. La mente humana manifiesta una gran complejidad y ocurren muchas cosas dentro de ella, pero sólo una parte de ellas se convierten en conscientes, mientras que otra gran parte quedan en la penumbra de la inconsciencia.

Proceso evolutivoEn el panorama evolutivo de los homínidos la capacidad mental se fue acelerando progresivamente. Pero este proceso fue muy lento. ¿Qué pensarían los pre-humanos y los humanos durante los cientos de miles de años durante los cuales empezaron a pensar, pero seguramente pensando poco? ¿Qué quiere decir pensar poco, o sólo un poco?

Unas frases de Esquilo a Prometeo encadenado pueden servirnos para ilustrar un poco nuestra situación originaria: «De niños que eran he hecho de ellos seres inteligentes [...]. En principio ellos veían sin ver, escuchaban sin oír y, como si fueran imágenes de sueño, vivían sus existencias en el desorden y la confusión.»

Ha habido muchos estadios diferentes en nuestra capacidad de pensar y nada hace pensar que nuestro estadio actual sea ni el superior ni el definitivo. Aunque debemos estar entre los animales que han pensado más y mejor, nada permite afirmar que lo podamos pensar todo. Pensamos «lo que podemos» dado nuestro estadio evolutivo, que es una etapa en un larguísimo camino evolutivo.

La filogenia y la ontogenia, tanto en el aspecto mental como en el aspecto morfológico, dejan claro un momento inicial en el que todavía no se puede hablar de humano y un punto final en el que el carácter humano es bien definido, pero hay una serie de estadios intermedios difíciles de precisar. Puede ser, pues, que, como especie, estemos en una etapa dada de un proceso abierto, ya plenamente humano, pero con unas capacidades susceptibles de progresos que nos cuestan prever.

No sólo no lo conocemos todo, sino que muy probablemente estamos constitutivamente incapacitados para hacerlo. Estamos en una etapa concreta de una marcha evolutiva que se produce dentro de un cosmos del que formamos parte. Y es de desear que, dentro de nuestras posibilidades constitutivas, llegamos tan lejos como nos sea posible. Pero debemos ser conscientes que no nos será posible llegar más allá de los límites de la mente humana y la razón.

Las competencias reflexivas y las capacidades de razonamiento son de una originalidad ciertamente intrigante. Tan fuerte, que a veces hemos expresado la sorpresa que el hecho implica, postulando que tales capacidades responden a la presencia de una entidad no material difícil de precisar y que convencionalmente llamamos “espíritu”. De esta peculiaridad mental humana emergen facultades increíbles como la capacidad de interrogarse sobre el sentido de la existencia, sobre nuestros orígenes o el destino de la realidad.

La «consciencia» es un ingrediente esencial de la mente humana, aunque también hay toda otra parte inconsciente que queda en la penumbra. La consciencia es la clave del autoconocimiento, es la clave de la reflexión necesaria para comprender la vida que se examina, la clave que necesitamos para entender todo sobre el hambre: el sexo, las lágrimas, el vivir, las contrariedades, los pensamientos, los sentimientos, palabras, relatos, creencias, música y poesía, felicidad y éxtasis. En la «consciencia» humana podemos distinguir dos grandes dimensiones: la «consciencia» central, que nos posibilita ser conscientes de lo que nos ocurre en el presente, aquí y ahora, y la «consciencia» ampliada o autobiográfica que nos permite situar nuestra experiencia y percepción de nosotros mismos en el trascurrir histórico, e instala a la persona en un punto determinado de su historia individual, dotánddola de abundante información acerca del pasado vivido y el futuro previsto, y capacitándola para conocer el mundo circundante.


Vivir con plena consciencia

Vivimos de forma mecánica hasta que el reloj se detiene. En vez de vivir con «plena consciencia»

Consciencia: viene del latín cum scentia, con ciencia o conocimiento. Vivir en pleno conocimiento.

¿Qué es vivir en plena consciencia? De entrada, significa vivir la vida no como una repetición mecánica, sino como una aventura.

Vivir en plena «consciencia» es vivir; vivir sin ella es morir sin haber vivido. Saber que existimos, quiénes somos, nuestra responsabilidad y el papel que desempeñamos son claves para un óptimo paso por el mundo.

La palabra «consciencia» se ha utilizado recurrentemente en los últimos años. El hecho de vivir en «consciencia» es posible para todos los seres humanos, aunque no quiere decir que se haga en todas las fases de la vida: solo en momentos, y a propósito de algunas circunstancias. Pero lo cierto es que podríamos vivir mucho más conscientes y, de este modo, cualquier actividad la haríamos doblemente vivos.

Partimos del supuesto de que lo que genera que vivamos con más «consciencia» es el pensamiento del límite de la muerte. El hecho de que haya un límite te despierta y te activa a vivir en plena consciencia. Heráclito distinguía entre los despiertos y los dormidos. ¿Qué es lo que te despierta de golpe? Que la persona que quieres se vaya; pensar que te vas, que no vas a poder estar siempre. Y así se pone en valor la vida.

El límite de la muerte hace pasar del vivir inconsciente al consciente. Este pensamiento suscita dos estados de ánimo: San Agustín consideraba que al pensar en la muerte nos entristecemos y por eso la rechazamos. Por otra parte, Kierkegaard decía que el pensamiento de la muerte es un estímulo a vivir en plenitud el tiempo que se te da. No tenemos derecho a desperdiciar ningún segundo, se han de vivir todos con intensidad. De esta cuestión, surge un nuevo debate: ¿qué quiere decir vivir con intensidad? ¿qué es vivir en plena consciencia? De entrada, significa vivir la vida no como una repetición mecánica, sino como una aventura. Se vive mecánicamente hasta que el reloj se para, y entonces uno se da cuenta de que no ha vivido.

«Consciencia» es una palabra clave en filosofía. Muchos autores han hablado de ella, pero cada uno le ha dado su propio significado. Proviene del latín cum scentia, con ciencia o conocimiento. Vivir en pleno conocimiento. Muchas veces estamos en lugares de cuerpo presente, pero nuestra alma no está. Cuando el alma está, es cuando no hay nada más en el mundo que ese momento. Es necesario distinguir entre cuatro tipos de consciencia: existencial, esencial, ética y global.

EXISTENCIAL. Existe un primer tipo de consciencia, la existencial. El hecho de saber que estoy. El ser humano es el único ser vivo que está y puede saber que está. De niño hay un día en que nos damos cuenta de que no somos la prolongación de nuestra madre. Es difícil identificar cuándo se descubre, pero sí que sabemos que no se descubre al nacer. Este descubrimiento se bifurca en dos más: la «consciencia» de que antes no estábamos, y la «consciencia» de que no estaremos. Y lo sabemos todos los seres humanos, incluso los que no han leído un libro o no han entrado en un aula, porque la experiencia nos lo demuestra. La «consciencia» existencial nos lleva a vivir de otra forma: no has estado ni estarás, disfruta.

ESENCIAL. La segunda forma de «consciencia» es la esencial. ¿Quién soy? Es diferente saber que estoy, a saber quién soy. Sé que estoy, pero desconozco mis límites, posibilidades o misiones. Es un proceso que se adquiere narrativamente: un niño de 5 años, se dibujará; un adolescente de 12, se describirá mediante un texto; con 18 años, lo hará con más complejidad; con 40, dirá que en una hoja no tiene espacio suficiente, y se dará cuenta de que ha vivido una representación, y que él es muy diferente a lo que los otros piensan que es, y querrá deconstruir esa representación para descubrir quién es. Esa «consciencia» de quién soy se hace evidente en la adolescencia porque emerge la «consciencia» de lo esencial. Yo soy yo, y no soy mis padres, y marco fronteras con ellos en mi identificación reactiva: no soy la prolongación de los genes de mi padre, como decía Kundera. Sin embargo, llegar a saber quién eres dura toda la vida.

ÉTICA. La tercera forma es la «consciencia» ética. La «consciencia» tiene muchas connotaciones éticas: actuar en «consciencia» es actuar con intencionalidad. Es una palabra que va muy relacionada con la responsabilidad, porque podemos hacer actos voluntarios: vivir en «consciencia» es vivir libremente; actuar en «consciencia» es actuar asumiendo las consecuencias de los actos. Al mismo tiempo, la «consciencia» ética quiere decir que no estamos solos en el gran teatro del mundo: me doy cuenta de que en el planeta hay otros seres humanos, y he de limitar mis acciones para que los otros también puedan vivir libremente. Es la base de la civilización.

Al mismo tiempo, dentro de la ética estamos viviendo una transición de la noción de consumo responsable al consumo consciente. La mayoría del consumo hoy es inconsciente: sin saber el cómo, ni el dónde, ni lo que ha implicado la producción de un bien de consumo. Pero está emergiendo el consumo consciente que consiste en cuestionarse antes de consumir: dónde se ha hecho el producto, si se ha contaminado, si se ha explotado a alguien, etcétera. Esto genera que el productor tenga que cuidar la producción. Si consumimos sin «consciencia» ética, legitimamos una producción deshonesta. Tenemos más poder del que parece.

GLOBAL. Por último, hay una «consciencia» muy desarrollada entre 1990 y 2015. Es la «consciencia» de lo global, entender el mundo como una red interdependiente. Consiste en darnos cuenta de que somos seres que no viven aislados. Si alguien quiere estirar un nudo en una red, toda la red se moverá. Formamos parte de un todo, y tanto lo que hago como lo que no hago afecta a ese todo. Ecológicamente, económicamente, o socialmente lo que ciertos países puedan hacer, va a afectar en todos los demás. Todos somos corresponsables de lo que pasa. Nuestros actos tienen incidencia en el camino inmediato, pero también en los lejanos. Y tiene una incidencia en los que vendrán. De ahí también surge una nueva ética: la ética de las generaciones futuras. Lo que hagamos hoy, afectará a los que vengan mañana.


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