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Concepciones antropológicas: la pregunta sobre el anthropos (II)

  • Una cuestión fundamental: la pregunta sobre el anthropos
  • ¿Qué es el ser humano? Una noble, pero ardua tarea

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Existen unos objetivos prioritarios en la formación del ser humano que son la gran asignatura pendiente de nuestro sistema educativo occidental y de nuestra civilización, que son obviados en la formación de nuestros conciudadanos: son los relativos al arte de «conocer» y al arte de «ser» en profundidad, la comprensión de la realidad y de nosotros mismos. A ese horizonte deberíamos dirigir nuestra mirada, si queremos sobreponernos a nuestra endeblez antropológica, si queremos pensar esencialmente y con la conciencia más clara posible. La Educación se ha orientado quizás en demasía hacia el conocimiento del mundo exterior y demasiado poco al conocimiento de nosotros mismos. Y luego así nos luce el pelo, a partir de ciertas políticas que denotan una preocupante orfandad de un más auténtico conocimiento antropológico.

El ser humano es el único ser, hasta ahora conocido, que se ha cuestionado y se sigue cuestionando a sí mismo. ¿Qué somos? ¿Quiénes somos los humanos? ¿Qué es el ser humano? Es la pregunta que el ser humano se ha hecho desde siempre y, las respuestas aún no acaban de ser precisas. Ciertamente es una pregunta cuyas respuestas están condicionadas por los avatares de su propia existencia, personal, social y geo-histórica. El ser humano es una realidad compleja difícil de definir. Su naturaleza más íntima así lo refleja. Hoy la ciencia tiende a ofrecernos una visión más cercana a concepciones unitarias, holísticas, monistas (como una globalidad de dimensiones múltiples) que a las tradicionales concepciones dualistas o ternarias. Pero hasta llegar hasta aquí, ¿qué comprensión ha tenido, del Mundo y del Universo a lo largo de la historia? Según cuál sea la idea de la condición (o naturaleza) humana que nos hagamos, así será la filosofía de la vida que pongamos en marcha, en la que nos manejemos.

El ser humano es una realidad compleja, multidimensional y poliédrica. De entrada, conviene resaltar tres elementos fundamentales de nuestra condición humana: corporalidad, animalidad y cultura. En primer lugar, somos cuerpos dentro de la biosfera (y no espíritus accidentalmente ligados a un trozo de materia). En segundo lugar, somos animales sociales. En tercer lugar, somos seres simbólicos (vivimos dentro de una determinada cultura, dentro de una determinada cosmovisión). El ser humano es un ser que incansablemente busca su identidad (quién soy). Pero además, un ser que va más allá de lo que él mismo ve, escucha, conoce, toca, siente, es un ser que trasciende. ¿Pero cuál es su núcleo, su esencia, su naturaleza más íntima?

De la compresión que el ser humano tiene de sí mismo depende su relación para con los otros (alteridad), con el mundo-cosmos (cosidad) y con los Dios-es o Trascendente (trascendencia).

El ser humano como problema

Cosmos, naturaleza/physis y anthropos son algunas de las grandes cuestiones de las que se ocupó el conocimiento humano. Uno de esos cuestionamientos que todo amante del saber se plantea es: ¿qué es el ser humano? El ser humano desde siempre se ha asumido a sí mismo como un problema complejo. Desde que el ser humano tuvo consciencia de sí mismo ha ido buscando a través de los tiempos una respuesta a dicha pregunta. Esta cuestión nos envuelve en otras cuestiones relacionadas con el ser y el propio existir de éste. No es fácil responder a dicha pregunta. ¿Qué respuestas se han ido dando a través del tiempo a dicha cuestión? Se trata de adentrarnos en la historia de la reflexión del hombre sobre sí mismo. Desde los primeros tiempos sabe que él es el objeto más digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a tratar este objeto como un todo, a investigar su ser en toda su amplitud y complejidad y a buscar su sentido auténtico. Sin embargo, tal empresa no siempre le ha sido fácil. Es una ardua tarea. A veces inicia dicho cometido, pero pronto se ve sobrecogido y exhausto por toda la problemática de esta ocupación y vuelve atrás con una tácita resignación, ya sea para estudiar todas las cosas del cielo y de la tierra pero obviando la reflexión sobre sí mismo, ya sea para considerar al ser humano como dividido en secciones, cada una de las cuales podrá atender en forma menos problemática, menos exigente y menos comprometedora.

El filósofo Malebranche, en el prólogo a su obra capital De la recherche de la vérité (1674) escribe: “Entre todas las ciencias humanas la del hombre es la más digna de él. Y, sin embargo, no es tal ciencia, entre todas las que poseemos, ni la más cultivada ni la más desarrollada. La mayoría de los hombres la descuidan por completo y aun entre aquellos que se dan a las ciencias muy pocos hay que se dediquen a ella, y menos todavía quienes la cultiven con éxito.” Él mismo plantea en su libro cuestiones antropológicas parciales, fraccionables, sectoriales, pero tampoco fue capaz de fundar una teoría de la naturaleza o esencia del hombre.

Para Kant (1724-1804), uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal, cuatro son las cuestiones en torno a las cuales todo ser humano debería pararse a reflexionar:  “1.—¿Qué puedo saber? 2.—¿Qué debo hacer? 3.—¿Qué me cabe esperar? 4.—¿Qué es el hombre? A la primera pregunta responde la metafísica, a la segunda la moral, a la tercera la religión y a la cuarta la antropología.” Y añade Kant: “En el fondo, todas estas disciplinas se podrían refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en la última.” Cuál es la naturaleza o esencia del hombre… es decir, qué es el hombre y qué cuestiones concomitantes componen la trama de su vida: el lugar especial que al hombre corresponde en el cosmos, su relación con el destino y con el mundo de las cosas, su comprensión de sus congéneres, su existencia como ser que sabe que ha de morir, su actitud en todos los encuentros, ordinarios y extraordinarios, con el misterio.

Diversidad de concepciones

A lo largo de la historia se han dado una gran diversidad de concepciones sobre la manera de entender el ser humano. Son intentos de aproximación a la compleja realidad del ser humano. Son descripciones que intentan dar una explicación sobre lo que se piensa que es el “ser humano”. Entre la diversidad de explicaciones que se han dado en la civilización occidental nos encontramos con concepciones antropológicas de tipo monista, posición filosófica que sostiene que el hombre está constituido por un solo principio o bien de naturaleza material, o bien de naturaleza espiritual (es decir, los planteamientos monistas, al contrario que los dualistas, consideran que el ser humano es una única realidad, que es unitario, negando así la existencia de la mente como realidad distinta del cerebro, el ser humano entendido como un todo, único, global, indivisible en partes), concepciones dualistas (el ser humano está compuesto de una parte material (cuerpo) además de una parte inmaterial o espiritual (alma) - el "monismo", en su forma más acusada, implicaría la indistinción cuerpo-mente, mientras que el "dualismo" remitiría a una separación aguda de estos términos- o concepciones que lo describen como una estructura trina (el ser humano como la conjunción de soma, psyché y nous). En oriente, el hinduismo, por ejemplo, sobreponiéndose a la concepción dualista admite en el interior del ser humano la presencia de una tercera dimensión que con el debido adiestramiento es capaz de observar y regir la complejísima realidad del ser humano.  Modernidad y postmodernidad se han esforzado por llegar a desentrañar la realidad esencial que nos constituye. Sin embargo, la descripción completa y exhaustiva de la condición humana sigue siendo hoy una operación complicada. Disponemos de aproximaciones filosóficas y científicas en todo tipo de direcciones, pero hay que admitir honradamente que son todas parciales y provisionales. Aunque la neurobiología moderna se decanta más bien hacia un tipo de concepción monista del ser humano, a pesar de los muchos avances, ni la ciencia, ni ningún otro conocimiento humano no pueden pretender agotar todo análisis y comprensión de la complejísima realidad humana. A continuación, intentemos detallar un poquito más algunas de estas concepciones antropológicas.

Estructura del ser humano

La cultura occidental es tributaria fundamentalmente de dos grandes propuestas antropológicas: una propuesta es la de la cultura hebrea, y la otra, la de la cultura griega. En la actualidad, fuera de los círculos académicos, entre nosotros todavía perdura una concepción antropológica dualista —el hombre está compuesto de alma y cuerpo— pero ésta no es de procedencia bíblica, sino que procede de una determinada corriente cultural del helenismo.

Antropología semita-hebrea (monista). La antropología semita no es dualista, no separa la persona en alma y cuerpo como lo hará después el mundo griego. Considera el ser humano como un unicum, un ser carnal animado, una realidad psicofisiológica-psicosomática única, donde sólo la razón puede distinguir artificiosamente en partes que se hallan en realidad indisolublemente unidas. Según ella el ser humano es cuerpo, y éste es la mediación de la persona en su relación expresiva y comunicativa con el mundo y con Dios. La corporeidad humana tiene una constitución temporal. La dimensión corporal pertenece a la biografía constituyente del hombre y éste ni ha sido ni será al margen de esa materia.

La cultura hebrea considera que en el individuo humano se puede distinguir una realidad que llama basar y que se traducirá por sarx en griego y por caro en latín, y que en nuestro lenguaje antropológico representaría la totalidad psicofisiológica psicosomática, no el cuerpo como mera carne. La antropología hebrea conoce, además, la palabra nefesh, que se traduce en griego como psiqué y en latín por anima, pero esta alma no es el alma increada y preexistente órfica o platónica. El mundo semita en general y dentro de él la cultura hebrea no da pie a establecer ninguna diferencia sustancial entre alma y cuerpo. En hebreo no hay ninguna palabra que designe el cuerpo como lo harán Platón o Descartes, es decir, como un conjunto exclusivamente corpóreo o asimilable a una «máquina». Además, los hebreos hablan de una dimensión sobrenatural que llaman ruah (pneuma en griego y spiritus en latín). Esta dimensión es específicamente religiosa y establece el contacto con Dios. Es como el aliento de la divinidad presente en la persona. Carne y espíritu en la antropología hebrea no se oponen como cuerpo y alma en la antropología griega, y el mundo psíquico humano en la antropología hebrea es mortal, no participa de la inmortalidad que los griegos (órficos y platónicos) atribuyen al alma.

De esa concepción derivará la antropología cristiana, la cual a raíz, por ejemplo, de la experiencia de la «resurrección» de Jesús de Nazaret sostiene que decir que el hombre es afirmado por Dios en su vida, «resucitado» de la muerte, implica la afirmación de esa historia, con la perduración de su entera biografía y corporeidad. Según dicha antropología la resurrección de Jesús fue el acceso total, en todas sus dimensiones, también corporal a una nueva forma de vida en Dios. La resurrección de Jesús es la afirmación que Dios hace de todo lo que Jesús fue y de todo lo que él es ya, a la vez que muestra lo que él ha de ser todavía para el mundo.

Antropología griega-helenista (dualista): En la antropología griega hay diferentes propuestas, pero las dos más influyentes en la cultura occidental son las de Platón y Aristóteles. Platón (427 – 347 a.c) se adhiere a la creencia en la existencia de una dimensión espiritual en la persona humana, un alma inmortal aprisionada en el cuerpo. Esta alma es la que tiene acceso a las ideas o esencia de las cosas, es el alma que impulsa las acciones y la fuente del deseo. Aristóteles, que en un primer momento compartió las opiniones órficas y platónicas sobre la dualidad cuerpo-alma, propuso posteriormente en la Metafísica que el alma es la sustancia primera, que el cuerpo es materia y que el hombre o el animal es compuesto de alma y de cuerpo. El alma es el principio de información del cuerpo. Aunque sea difícil precisar todos los aspectos, Aristóteles viene a decir que el alma no existe separada del cuerpo, aunque el intelecto, el nous, es inmortal. En todo caso, la propuesta aristotélica se aparta del dualismo platónico y será rehabilitada por la teología medieval (Alberto Magno y Tomás de Aquino). La tradición posterior se moverá de manera oscilante entre las opiniones platónicas y las aristotélicas.

La concepción dualista del ser humano, establecida por Platón y sus sucesores como compuesto de una porción material, el cuerpo, y otra espiritual, el alma, habría de revelarse como casi universalmente aceptada por toda la oikoumene, el conjunto del mundo en aquel momento conocido, y resultó absolutamente decisiva para barrer de las conciencias, incluso del mundo judío, cualquier concepción análoga a la antigua interpretación hebrea del ser humano como un unicum, un ser carnal animado, donde sólo la razón podía distinguir artificialmente dos partes que se hallaban en realidad indisolublemente unidas. Para afirmar la existencia de una realidad inmaterial en el hombre, Platón se había basado en similares y antiguas ideas popularizadas por órficos y pitagóricos. Para Platón, sólo el alma puede comprender las ideas, con lo que sólo ella pertenece al mundo verdaderamente real y superior; el cuerpo es un mero vehículo del alma, que es la única inmortal por esencia.

Hacia una estructura ternaria. Incluso para el estoicismo, filosofía esencialmente materialista, había una neta distinción entre dos clases de materias en el ser humano: una, más pesada y crasa, que correspondía al cuerpo; otra, más ligera y «espiritual», que correspondía al alma. Fue probablemente también el estoico Posidonio (c. 135 a. C. - 51 a. C.) el que contribuyó a expandir una antropología tricotómica que tendría gran éxito: el hombre se compone de tres partes: el cuerpo, material y terreno, que para él provenía del imperfecto mundo infralunar; la parte intermedia, o alma, que procede del mundo intermedio o región de la luna; la tercera, el espíritu, que procede del mundo supralunar, imperecedero e inmutable. Esta es la parte suprema del hombre y la única que puede unirse con la divinidad. En otras culturas orientales, las propuestas sobre la concepción del ser humano son también diversas. Tras todo lo dicho, conviene no olvidar que todo ello son intentos de aproximación a lo que es el ser humano, sin embargo como hemos indicado ni la ciencia, ni ningún otro conocimiento humano no pueden pretender agotar la comprensión de la complejísima realidad del ser humano, ni tampoco podemos afirmar ni negar categóricamente la existencia ontológica/metafísica de tales dimensiones.

Elaboración propia a partir de materiales diversos

Ver también la sección: CONCEPCIONS ANTROPOLÒGIQUES


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