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Los 3 cerebros y uno más

Una descripción de la filogenia y ontogenia cerebral, des del punto de vista de un muy particular neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés, Boris Cyrulnik.

Hacia el reconocimiento del valor, dignidad y respeto debidos a la singularidad de todo ser humano.

No se ama, lo que bien no se conoce. Mucha tinta se ha vertido, mucho verbo se ha empleado para el análisis, la aprehensión y comprensión de la realidad. Junto a la curiosidad e interés por el conocimiento de la realidad de las cosas, del mundo, del espacio o universo exterior, mucho menos conocemos y comprendemos los vericuetos de nuestra propia realidad o universo interior.  En importantes sectores de la población española, incluso entre gente joven a quienes no les ha faltado la escolarización obligatoria,  se aprecia un importante déficit de formación antropológica y humanística y luego claro en el debate público no salimos de un mero circunloquio, cebado a base anquilosados tópicos, propalados por una izquierda necesitada de una actualización ideológicamente mejor fundamentada, y que no nos permiten avanzar en una más auténtica humanización de nuestro entorno social, como así se puede apreciar una vez más en la reacción mantenida ante la propuesta de modificación de la vigente ley del aborto.

En importantes sectores de nuestra sociedad se aprecian dificultades formativas para comprender algo que debería formar parte de los aprendizajes básicos de toda formación general básica; a saber, la preeminencia de lo humano y de todo aquello que de verdad nos humaniza, frente a aquello que en un momento histórico concreto nos puede parecer posible, lícito e incluso una conquista histórica en el proceso de emancipación humano, pero que contemplado humanamente puede suponer una considerable regresión civilizatoria. Y es que veamos. No hay a nuestro alrededor ningún otro ente o ser más valioso que el ser humano, que cada ser humano único e irrepetible en su singularidad. Y que la vida humana es el mayor «bien» que nos constituye como especie. Y eso que resulta obvio para cualquier sentido común no cegado por prejuicios interesados y que de la mano de la ciencia cada día resulta más evidente, para ciertos sectores no lo es tanto sobretodo cuando se trata de reconocer el valor, la dignidad y el respeto debido cuando ésta se encuentra en sus primeros estadios de desarrollo.

Y frente a la progresiva desvalorización y disminución de la consideración social de cada «ser humano» en sus estadios iniciales a los que nos han querido abocar ciertas corrientes de pensamiento e ideologías dominantes en las últimas décadas, se impone un mejor conocimiento de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que nos ha costado llegar a ser lo que ahora somos. Y más lo apreciaremos y valoraremos cuanto más y mejor lo conozcamos, cuanto más conscientes seamos de las maravillas que en él se han producido a lo largo de su conformación filogenética y ontogenética y tomemos consciencia de los prodigios que continuamente se producen en nuestro universo interior. Descubrir, conocer, apreciar y valorar adecuadamente todo ello puede contribuir, sin duda, al reconocimiento individual y colectivo de su valor y dignidad también en sus estadios iniciales de desarrollo y por tanto al respeto a él debido en todo su ciclo de desarrollo. De la mano del prestigioso neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés, Boris Cyrulnik vamos a apreciar algunas de las maravillas producidas en nuestra especie en el laborioso proceso de desarrollo cerebral.

 

El nuestro, un cerebro «singular»

Como todo cerebro, el del hombre no se parece a ningún otro. Pero, cuando nos ponemos a comparar los cerebros entre especies, surge la idea de que el cerebro humano se caracteriza por la importancia que le otorga a procesar informaciones no percibidas, fuera del contexto espacial o temporal. La descontextualización de los datos se localiza en tres aptitudes: la cantidad de materia cerebral dedicada a tratar problemas que no plantea el medio inmediato; la extrema lentitud del desarrollo, que prosigue aun después de que los órganos sexuales lleguen a la madurez, lo cual da fundamento para insistir en el aprendizaje, y la aptitud para producir imágenes oníricas que no existen en la realidad exterior.

A partir del nivel biológico y gracias a ese cerebro especial, el hombre posee una extraordinaria capacidad para vivir dentro de lo no percibido. Un solo cerebro, aun cuando posea la aptitud para el lenguaje, se contenta con tratar las percepciones y transformarlas en representaciones de cosas, con producir imágenes y recuerdos que le permiten evocar algunas huellas del pasado. Todo esto crea un mundo mental no semantizado. Por el contrario, cuando dos hombres inventan el recurso del signo y comparten símbolos, ya son capaces de producir representaciones de palabras y de ideas abstractas. Para poner en circulación la convención del signo, tiene que haber dos y, para compartir un símbolo con un valor importante de relativismo cultural, es necesario experimentar sensaciones parecidas que permiten coexistir.

En el mundo de los seres vivos, es imposible observar organismos sin cerebro y de pronto ver aparecer un cuerpo con un cerebro humano. Pero, cuando comparamos a los seres vivos, podemos decir que, si lo propio del hombre es la palabra, lo propio de su cuerpo es el cerebro.

El proceso de cerebralización

La cerebralización es un proceso que aparece gradualmente en el mundo viviente y que, también gradualmente, se desarrolla en un individuo. Antes de toda organización neurológica, dos células no pueden relacionarse sin «conversar», sin intercambiar informaciones bajo la forma de señales químicas en las que el calcio desempeña un papel importante como mensajero. Luego las neuronas toman forma y se agrupan para estructurar las vías de comunicación, hasta el momento en que se organizan cruces de neuronas para seleccionar la información y hacerla circular cuando pasan a formar parte de los ganglios nerviosos.

Cerebro: 3 niveles evolutivosEn el caso de los mamíferos, el sistema nervioso central constituye un órgano de la mayor importancia que jerarquiza las informaciones en «tres cerebros» superpuestos y coordinados: el de los instintos, que se oculta bajo el cerebro de las emociones, controlado a su vez por el de la razón. Este esquema es demasiado simple, pero refleja la organización de los cerebros en el mundo de los seres vivos. El cerebro de los instintos regula los problemas vegetativos, que permiten la supervivencia (reflejos motores, sueño, temperatura y hormonas). Esta es la estructura esencial del cerebro de los reptiles. En el hombre perdura un análogo de ese cerebro, oculto en las profundidades y por debajo de las otras superestructuras cerebrales.

El cerebro de las emociones, todavía moderado en los reptiles, se desarrolla claramente en los mamíferos. Recubre el cerebro de los instintos y a su vez está controlado por el cerebro nuevo. Se ocupa sobre todo de la memoria y las emociones. Permite que los animales experimenten hoy las huellas del pasado y, al ofrecerles la posibilidad biológica del aprendizaje, les da la oportunidad de vivir en un mundo continuamente renovado. Dicho en forma esquemática, los reptiles viven en un mundo contextual al que están sometidos: la temperatura de su cuerpo varía según la temperatura exterior y responden en forma instantánea a los estímulos externos. Por su parte, los mamíferos viven en un universo que no puede existir en el contexto. Las huellas del pasado y la búsqueda de lo nuevo saturan un mundo que ha sido percibido o que falta percibir.

Con todo, los reptiles poseen algunas laminillas de neocórtex. Pero en los mamíferos el cerebro nuevo aumenta de tamaño y, en el caso del hombre, constituye una gruesa cubierta gris que recubre la totalidad de los cerebros anteriores. Esa corteza, como un enorme sombrero, procesa dos tipos de informaciones: las que han sido percibidas y extraídas del medio ambiente con el fin de alimentar representaciones de cosas, como las imágenes visuales y sonoras. Y otras informaciones que jamás han sido percibidas: el lóbulo prefrontal no percibe nada, pero logra evocar imágenes no percibidas al asociarlas a huellas pasadas, grabadas en el cerebro de las emociones y de la memoria.

En el caso del hombre, la zona temporal también logra descontextualizar las informaciones. Cuando oímos una frase, no escuchamos el ruido de las palabras sino que percibimos lo que evocan, al punto de que su sonoridad se vuelve accesoria: como si percibiéramos de golpe una representación. Cuando sucede que algún elemento nos llama la atención, como el cuerpo de una persona que habla desnuda, o con vestimentas ridículas, o que articula en forma extraña, entonces quedaremos de nuevo capturados por el contexto percibido y perderemos el acceso a la representación evocada.

La función de un cuarto cerebro

A este esquema evolutivo habría que agregarle un cuarto cerebro: el que se estructura en el vacío entre dos personas. Lo no percibido se llena con nuestros signos y símbolos. En ese mundo, lo percibido sólo sirve para evocar lo no percibido. Esos cuatro cerebros permiten el acceso a otros tantos mundos diferentes, todos necesarios para comprender a un solo ser vivo.

Un hombre vive obligadamente en un mundo contextual, como una serpiente o un pez. Al igual que ellos, extrae de ese ámbito el oxígeno y el alimento que necesita para sobrevivir. Y al igual que todo mamífero, vive en un mundo no contextual en el que actúan las huellas del pasado. Además, vive en un mundo de representaciones, de imágenes sonoras y visuales, en el cual comienzan a terciar algunos animales, como gatos, perros, monos y muchas otras especies que no conocemos. Pero el hombre habita sobre todo en el mundo del artificio simbólico y técnico que inventa continuamente y que satura todos sus aspectos.

En el transcurso de la ontogénesis, cuando un individuo se desarrolla se observa de nuevo ese proceso de cerebralización permanente. Al dorso de la médula espinal se yerguen dos crestas que se agrupan y se reúnen para formar un conducto neuronal, todavía abierto en los extremos. La parte posterior se cierra y las raíces de los nervios medulares empujan contra ella, mientras que la parte anterior no se obturará jamás. Por el contrario, algunos orificios se organizan en canales de comunicación, en poros que permiten palpar el mundo exterior y extraer de él informaciones que el sistema nervioso ha de recomponer. Incluso en el caso del hombre, la parte anterior sigue abierta al exterior ya que el cerebro de la nariz no se cierra nunca y las moléculas olfativas que nos penetran tocan directamente ese lóbulo.

Desde las primeras semanas, tres hernias se inflan sobre el polo anterior, como en la cámara de aire de una bicicleta. Allí se originarán los tres cerebros: romboencéfalo para el instinto de los reptiles, mesencéfalo para la emoción de los mamíferos y prosencéfalo para la corteza del hombre que razona.

Algo que resulta muy sorprendente y provee el argumento para defender mejor la teoría de la evolución, es el hecho de que el sistema nervioso se construye y se organiza siempre según un mismo proceso de desarrollo, cualquiera que sea la especie observada. Los cerebros se complejizan para integrar informaciones cada vez menos percibidas. En el caso de los agnates (peces sin mandíbulas), la parte anterior del conducto medular se hincha para producir el cerebro de un vertebrado inferior. En los anfibios y las aves, el mesencéfalo también se hincha, para producir un cerebro apto para procesar imágenes y sonidos, la memoria y las emociones. En el caso de los vertebrados superiores, como los monos y los delfines, la tercera vesícula telencefálica se desarrolla ampliamente para producir la neocorteza que asocia informaciones percibidas con otras no percibidas. En el hombre, ese proceso alcanza su máxima complejidad cuando la corteza prefrontal asocia la memoria y las emociones con su capacidad de anticipar. Por último, cuando los hombres se agrupan para crear el mundo de la inteligencia colectiva, el cerebro sirve para hablar e inventar un mundo no percibido, repleto de nuestros artificios, signos, símbolos y objetos técnicos.

Así como las formas vivas son increíblemente variadas y los cuerpos se hacen disímiles según las presiones del medio ambiente, del mismo modo la comparación entre cerebros permite observar la coherencia de la evolución. Hasta el momento en que, una vez que el cerebro de los hombres ha permitido la creación de mundos intermentales y de ámbitos de pensamientos liberados de la contextualidad, la evolución ya no tiene nada que decir y la que habla ¡es la revolución!

Revolución no quiere decir progreso. La palabra tanto puede innovar como petrificar, como en el caso de las letanías, los estereotipos intelectuales o les mitos dogmáticos. Pero, desde que un hombre habla, ocupa un espacio intermental y allí, en ese mundo de representaciones lingüísticas, puede encontrar soluciones nuevas. También allí crea los problemas que rigen su existencia y explican la locura humana, que sólo existe en las representaciones de palabras y se agrega a la locura animal, que sólo existe en las representaciones emocionales. El aumento gradual del tamaño del lóbulo pre-frontal y de sus conexiones con el cerebro de la memoria y las emociones prueba que no existe ninguna discontinuidad, ninguna ruptura entre el hombre y los animales, sino que la aparición del lenguaje, al crear un mundo de representaciones verbales, provoca una mutación de los mundos mentales.

Este razonamiento, que arraiga en la naturaleza para escapar de ella, explica por qué, en forma sumamente llamativa, la observación de los cerebros siempre ha sido más metafísica que anatómica: es el órgano del pensamiento. La asociación de estas dos palabras, «órgano» y «pensamiento», plantea un problema filosófico fundamental. El pensamiento puede existir sin cerebro en el cuarto mundo, el del planeta de los signos, la escritura o Internet. Cuando un individuo ya no está allí para pensar, a pesar de todo, su pensamiento existe fuera de él.

Adaptación a partir de B. CYRULNIK: El encantamiento del mundo, págs. 77-81


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