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Ciencia y religión, dos visiones del mundo (y II)

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Ciencia y religión ante el enigma del mundo.

La ciencia trata de comprender la naturaleza del mundo material que nos rodea, cómo ha llegado a ser, cómo lo conocemos y qué leyes lo rigen. La religión, por otro lado, trata de lo que transciende el mundo material y pone al hombre en contacto con lo que está más allá, lo numinoso, lo misterioso, en una palabra con el misterio de Dios y su relación con el hombre y el universo. Muchas afirmaciones negativas sobre la relación entre ciencia y religión se siguen repitiendo hoy, a veces, con enconada virulencia y algunos ven en la religión un virus maligno que se opone al progreso de la ciencia. Un reciente libro nos permite reconstruir la historia del desencuentro y encuentro entre la ciencia y la religión…

Génesis y creación

En el occidente cristiano, el relato del Génesis sobre la creación, que se aceptaba literalmente, implicaba que las especies de animales y plantas habían sido creadas cada una independientemente en el transcurso de seis días. Los comentarios a estos textos no harán más que recalcar esta idea de la creación directa de Dios de cada una de las especies de plantas y animales y en especial la creación del hombre a su imagen y semejanza, dando al universo una duración de unos 6000 años.

Esta visión va entrar en colisión con los desarrollos de la geología y la propuesta de Charles Darwin de la teoría de la evolución en la que se propone el mecanismo de la selección natural para explicar el origen de las especies, incluido el hombre, desde unos primeros seres vivos.

Aunque al principio hubo, desde el punto de vista puramente científico cierta oposición, la teoría de la evolución se fue imponiendo, de forma que en veinte años el acuerdo entre la comunidad científica era ya casi unánime. Está claro que las ideas de Darwin sobre la evolución chocaban con muchos aspectos de las doctrina tradicional cristiana, entre ellos, la naturaleza de la acción de Dios en el mundo, la finalidad de la creación, la historicidad del relato de la creación interpretado literalmente y la historia de la creación del hombre a imagen de Dios.

No faltaron desde el principio las interpretaciones puramente materialistas, de lo que se ha llamado el “naturalismo evolutivo” que sería utilizado en contra de la doctrina cristiana de la creación y la providencia. La selección natural presentaba una propuesta de naturalismo riguroso, en el que no se necesitaba la acción de ningún agente externo para explicar el desarrollo y la evolución de las especies.

Para el pensamiento ortodoxo cristiano esto representaba un eliminar de la consideración de la naturaleza toda referencia a un Dios creador. Es natural que la evolución se percibiera como una amenaza para la religión. El tender puentes entre las dos doctrinas resultaba difícil al principio, cuando además las mismas bases científicas del mecanismo de la evolución resultaban todavía sujetas a debate.

A medida que la teoría científica se fue solidificando y los mecanismos de la selección natural se hicieron más claros, su aceptación en el pensamiento cristiano se fue haciendo cada vez más necesaria. A pesar de que durante un tiempo las posturas evolucionistas se veían en ambientes eclesiásticos con sospecha, su aceptación terminó por imponerse. La evolución de universo y la vida sobre la tierra muestran como Dios ha creado el mundo.

Ética, ciencia y religión

La ciencia puede considerarse como una actividad humana y como una forma de conocimiento. En el primer caso, como toda actividad humana, uno puede preguntarse si su práctica se debe ajustar a las normativas de la ética y en el segundo si sus conocimientos aportan algo a dichas normativas. Lo primero se aplica también, con más motivo, a la técnica como aplicación práctica de la ciencia a las diversas necesidades humanas.

Por otro lado, toda religión comporta normativas de los comportamientos y tiene, por lo tanto, una dimensión ética. De esta forma, el problema ético es inevitable al tratar de las relaciones entre ciencia y religión. Ambas inciden en el campo de la ética y esto puede llevar a roces y conflictos entre ellas.

Podemos empezar por plantearnos el comportamiento ético dentro de la práctica misma de la ciencia, y si puede ella misma suministrarse los principios de su comportamiento ético, o si es necesario que acepte valoraciones que se basan en otros ámbitos del conocer humano. A estas consideraciones podemos llamar la ética interna de la ciencia.

Es cada vez más patente, que en la misma práctica científica, las normas éticas del comportamiento deben de ser respetadas. Los físicos, entre los científicos, han negado a menudo que la conducta no-ética sea en este campo de la ciencia un verdadero problema. Sin embargo, muchas voces se han levantado para reconocer que esta postura debe ser abandonada.

El comportamiento ético no pertenece solo a las ciencias aplicadas o a la tecnología, sino a toda actividad científica, aun a aquella, como la física, que se considera más alejadas de los planteamientos éticos. En efecto, hoy se reconoce que existen muchos problemas en la práctica de la ciencia que deben reconocerse como comportamientos no-éticos.

Pasemos ahora al problema de lo que podemos llamar la ética externa, es decir, la ética que tiene que ver con los resultados de la ciencia. Se trata ahora, por lo tanto, en la ética que afecta al uso de los resultados de la ciencia. La responsabilidad respecto a los resultados del trabajo científico abre una amplia gama de consideraciones. Se puede hablar en este contexto de una ética personal de cada científico y también de una responsabilidad colectiva de la comunidad científica.

Esta responsabilidad personal y colectiva lleva consigo que se han de tener siempre presente las posibles consecuencias que se derivan del trabajo científico. Hoy esto adquiere una importancia mayor, debido al papel primordial que ha adquirido la ciencia en el desarrollo material y crítico de nuestra sociedad. Esta responsabilidad no puede excluirse nunca y se extiende a todo trabajo científico, aunque en sí mismo se considere apartado de toda aplicación práctica.

Aunque hoy los proyectos científicos incluyen a un número grande de investigadores y técnicos, esto no excluye de la responsabilidad que cada uno de ellos tiene. El investigador no puede ampararse en la colectividad para desentenderse de su propia responsabilidad. Esta responsabilidad obliga a cada uno y a la colectividad a hacer todo lo posible para que los resultados del trabajo científico se empleen solo en bien del hombre y la sociedad. En ocasiones esta responsabilidad puede llevar a tener que tomar decisiones con consecuencias personales graves, pero que no pueden ser eludidas. El autor añade como ejemplo los problemas de la ética medioambiental.

Conclusión

El tema de la relación entre ciencia y religión es enormemente amplio, como queda recogido en los capítulos del libro de Agustín Udías de los que hemos dado algunas breves anotaciones. En él el autor pretende presentar estos problemas con serenidad y claridad al objeto de ayudar a una reflexión seria sobre el tema. Conviene recordar la amplitud dada a los temas históricos con los que se quiere esclarecer muchos malentendidos que han oscurecido la recta comprensión de la relación entre ciencia y religión, el análisis de las relaciones que se pueden establecer entre ellas y como inciden ambas en los problemas éticos.

Javier Monserrat, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, es miembro de la Cátedra CTR.

Fuente:https://www.tendencias21.net/Ciencia-y-religion-dos-visiones-del-mundo_a4260.html


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