Una mirada cósmica a la humanidad
Superar las perversas consecuencias de nuestra mirada miope, ensanchando nuestra mirada cósmica.
Muchas veces es cuestión de perspectiva. Sí de perspectiva. El cambio de perspectiva física, pero sobre todo mental y anímica contribuye a relativizar los problemas y a ver las cosas de otra manera. El mundo, la vida, las preocupaciones que inundan nuestra mente, nuestras nimiedades cotidianas, las podríamos ver de otra manera si tomáramos cierta distancia respecto a los problemas que nos aquejan, si relativizáramos nuestras impaciencias, si tomáramos cierta perspectiva sobre lo que nos inquieta. Nuestros desasosiegos, nuestros desvelos, nuestros enfados o desavenencias, nuestros egoísmos, las rencillas entre nosotros, muchos de nuestros conflictos, opresiones, violaciones de derechos humanos, guerras, etc. no serían tales si fuéramos capaces de elevar nuestra mirada y ver las cosas con perspectiva. Una sencilla y asequible terapia: ensanchar nuestra mirada para superar las consecuencias perversas de nuestra mirada miope.
Si logramos levantar la vista en algún momento del ordenador, del móvil u otras ocupaciones absorbentes, podremos contemplar la increíble maravilla de un cielo gris o azul, en el que brillan el sol o la luna, incluso las estrellas que cubren nuestro firmamento y nos acompañan cada noche de nuestra existencia. (R. Mesa)
Levantar los ojos hacia el cielo astronómico y mirar, contemplar las maravillas de la Creación, ha ayudado a infinidad de personas reflexivas y científicas de todos los tiempos. Mirar el cielo nos hace pensar, nos alecciona por su inmensidad, belleza y recorridos. Por ejemplo: La Tierra viaja a más de 110.000 km/h alrededor del Sol. El astro rey viaja a la velocidad de 800.000 km/h. Y la Luna a unos 3.600 km/h —alrededor de la Tierra—. Los tres coinciden en una línea. Sabemos que el Sol se mueve alrededor de la Vía Láctea y que la galaxia es tan enorme que —el sol— tarda en dar la vuelta completa más de 200 millones de años… ¡Nos perdemos!
El gran científico cristiano, físico, astrónomo y matemático que descubrió la gravedad y sus leyes, Newton, al ser preguntado sobre la existencia de Dios, respondía: —«Hoy lo he visto pasar por delante de mi telescopio.» Einstein, Premio Nobel de Física, el científico número uno del siglo XX —por votación mundial—, respondía a una joven (1936) que le preguntaba por sus creencias religiosas, por Dios: «Todo hombre que participa con seriedad en la búsqueda del conocimiento científico acaba convencido de que hay un Espíritu, muy superior al nuestro, manifestado en las leyes del Universo.» (J.M. Alimbau). De la mano de su autor, el siguiente texto puede ayudarnos a realizar tan simple como inhabitual y saludable ejercicio.
Imagina que viajas por el espacio y contemplaras la Tierra desde miles de kilómetros. La próxima vez que pusieras pie en ella verías el mundo en el que vives con otros ojos. Solo un instante de mirada cósmica te cambiaría definitivamente. Una leve mirada bastaría para deconstruir tu mirada desacompasada, y devolverías al ser humano la humanidad de la que se ha desarraigado, enclaustrado en una aurea de vanidad que le impide comprender tantas cosas evidentes. El hombre cara a cara con la realidad más pura y sublime.
Tal vez así, comprendería el porqué de la religión y la diversidad cultural diseminada por la Tierra; se fascinaría ante la variedad étnica y el prolífico desarrollo lingüístico de la especie humana; vería claramente al ser humano en esencia, como una maravilla evolutiva que debe respetarse al margen de particularidades accidentales como su color de piel, su inclinación sexual, su creencia religiosa, su cultura, su ideología, etc.
Así, uno profundamente entendería que no existe lengua más valiosa que otra, ni nación, ni religión, ni cultura, ni etnia, ni sexo, ni inclinación sexual… y, por ende, no toleraría ningún tipo de discriminación que pudiera violar ninguno de los derechos humanos universales.
Pablo Royo. Humanista.
Nuestra esfera de cristal ha perdido la magia, el asombro, la verdad, el sentido. Imagina que por un instante tu mirada pudiera viajar por el espacio y contemplaras la Tierra desde miles de kilómetros. Estoy seguro que nunca lo olvidarías, y que la próxima vez que pusieras pie en ella verías al mundo en el que vives con otros ojos. Solo un instante de mirada cósmica te cambiaría definitivamente.
Semejante impacto estético convertiría al hombre en nada y todo simultáneamente, lo sumiría en una sensación de terrible perplejidad al verse aislado y alejado de ese punto azul que lo es todo para él. Le causaría tal conmoción que más de uno perdería el sentido incapaz de amortiguar la brutal belleza de un universo tan espeluznante.
Una leve mirada etérea bastaría para deconstruir su mirada desacompasada, y devolverle al hombre la humanidad de la que se ha desarraigado, enclaustrado frívolamente en una engañosa aurea de vanidad que le impide comprender tantas cosas extraordinariamente evidentes.
Tan solo el hombre cara a cara con la realidad más pura y sublime. Tal vez así, comprendería el porqué de la religión y la diversidad cultural diseminada por la Tierra; se fascinaría ante la variedad étnica y el prolífico desarrollo lingüístico de la especie humana; vería claramente al ser humano en esencia, como una maravilla evolutiva que debe respetarse al margen de particularidades accidentales como su color de piel, su inclinación sexual, su creencia religiosa, su cultura, su ideología, etc.
Así, uno profundamente entendería que no existe lengua más valiosa que otra, ni nación, ni religión, ni cultura, ni etnia, ni sexo, ni inclinación sexual… y, por ende, no toleraría ningún tipo de discriminación que pudiera violar los derechos humanos universales. También perdería el sentimiento de etnocentrismo del que se alimentan los nacionalismos excluyentes, a la vez que el racismo y las diversas formas de xenofobias; el machismo, por su parte, se diluiría, y junto a él sucumbiría la homofobia; también los abusos económicos y la explotación laboral se eclipsarían, y con ella caerían los magnates del siglo XXI, la insaciable avaricia y el egoísmo devastador que carcome el espíritu del hombre contemporáneo, inmerso en un sistema capitalista y neoliberal en el que se devalúa lo espiritual en boga de lo económico, que se agarra al materialismo más atroz, despiadado y violento, que deriva en guerras, desigualdades económicas y sociales que arruinan a unos y enriquecen injustamente a otros, y en definitiva que ocasiona una quiebra brutal e insalvable en el hombre, que ha vendido su alma, deshumanizándose, y cuyo reflejo es el mundo que él mismo ha ido construyendo, y también paradójicamente devastando en tantas ocasiones a lo largo de la historia.
Entonces, uno desde ahí arriba se lamentaría profundamente de ver que millones de personas viven en la extrema pobreza; que la globalización nos permite conocer más pero saber menos del otro; que el desequilibrio económico desencadena migraciones masivas; que hay lugares en los que mujeres, hombres y niños todavía son explotados y maniatados; que la guerra aniquila despiadadamente a poblaciones enteras; que el eco de la miseria, la encarnecida desigualdad y altas dosis de ignorancia desencadenan odio, el caldo de cultivo del terrorismo; que los polos se deshielan incesantemente por la imparable contaminación; que aún hay países en los que se lapida a mujeres, se condena la homosexualidad, se tortura, se persigue y se asesina a quien no tiene los mismos ideales… atentando contra lo humano ante un fracaso estrepitoso del sentido último del lenguaje –comprendernos-, de la más maravillosa invención del ser humano, que se gestó en sociedad y nos define como especie.
Deberíamos lanzar al espacio a muchos de los políticos dirigentes de varios países del mundo a que otearan el planeta que gobiernan para que lo valorasen desde la distancia, y también a muchos de nosotros para hacer un ejercicio de catarsis, pues nos deslumbraría la maravilla de la que formamos parte, a la vez que nos alentaría a preguntarnos en qué mundo queremos vivir. Pero, para iniciar esta deconstrucción, sin lugar a dudas, debemos recuperar la semántica más ética para salvar a la palabra de la desidia, la falacia y el ostracismo, porque solo rescatándola y dotándola de verdad se salvará al hombre del abismo espiritual en el que se halla, pues es lo más valioso que posee, su metáfora, para crear un mundo más justo y humano.
Fuente: Castellon información.
Ver también la sección: EIXAMPLANT LA NOSTRA CONSCIÈNCIA CÒSMICA